Marcela Arza

No soy un actor, soy una estrella

No fui de tener miedos. Ni fantasmas, ni pasillos oscuros, ni Chucky, ni IT, Muertos Vivos. Nada me daba miedo, salvo y hasta el día de hoy, los: ronquidos.

Me aterran.

Me generan un pánico que no lo puedo explicar. De chica dormía con mi abuela Nely, en la cama con ella. La quería a mi abuela, la quería mucho, pero por las noches, roncaba. Prefería pararme en la sala a oscuras con velas y biblias manchas de sangre negra que estar al lado de ella y sus ronquidos. Me aterraban. Esos ruidos me hacían creer que dormía con un mono asesino, que, si respiraba en unos de sus ronquidos el mono asesino que era ella, mi abuela, la abuela Nely que era muy buena, pero ahí con esos sonidos tan ronquidos, me iba a comer. Es decir que desde chica para mí el que ronca es un mono asesino, no puedo explicar el porqué de esa imagen, pero es la verdad. Los ronquidos es lo único en el mundo que me genera miedo, pavor, espanto, susto, julepe.

Salimos a bailar con Lara, su primo y el amigo de su primo que fue con su novio. El boliche tenía temática cowboy futurista. Mucho plateado, sombreros y texanas. Para ir al baño, tenías que pasar por un laberinto de espejos con puertas de espejo. Con las luces y la gente, todos chocábamos antes de llegar. Al principio daba risa, pero ya al pasar la noche se volvía pesadillesco poder hacer pis. La música pasaba desde Pet Shop Boys, Johnny Cash a Los Tekis. Un animador con micrófono agitó el boliche, con un oficio de quien conoce la noche y el Conurbano. Bailamos y tomamos en vasos de plástico, no nos importó ni la edad ni que al otro día teníamos que trabajar. Tomamos tequila, sin preguntar qué tequila estábamos tomando.

Me fui con el primo de Lara. Nos besamos raro en el baño con un chichón en la frente de los espejos y nos seguimos besando y salimos del boliche abrazados y con ganas de irnos y nos tomamos un taxi y llegamos a casa. Al primo de Lara lo conozco desde que tengo 7 años. Siempre me gustó. A cada reunión familia, yo me sumaba para verlo. Caminaba como 10 cuadras de más, para pasar por el locutorio al que a veces iba, solo para verlo, solo para probarle al destino si lo veía o no. Si verlo era una señal de amor eterno o no.  El primo de Lara, mi corazón de Liquid paper en el baño del colegio. Qué raro todo, pensé. Se sacó el pantalón y me reí. Me daba risa estar con el primo de Lara, pasaron más de treinta años. Es como mi primo, pensaba, a esta altura es como mi primo. Me besó. Nos besamos. Olía bien. Olía muy bien. Nos acostamos en la cama y me dormí.

El primo de Lara ronca. Ronca mucho. Me desperté de un salto. El horror en mi cama. El mono asesino y todas las anécdotas de mi único miedo. Caí al piso. Él seguía respirando tan espantosamente. Prendí el velador.  Me paré a su lado y lo miré. Lo toqué con la mano para que se mueva y se calle. Pero nada. Se acomodó en una posición y abrió mas la boca y se hizo más monstruo asesino espantoso. Lo moví de vuelta. Agarré el velador y le acerqué la luz a la cara, se volvió a acomodar. Parecía disfrutarlo. Prendí y apagué el velador, lo moví para un lado y para el otro. Y seguía y seguía. El primo de Lara roncaba en modo mono asesino soberbio, así que, con todas mis fuerzas, lo imité y ronqué más fuerte que él y él roncó y yo ronqué y él roncó y yo ronqué y roncó y ronqué, tan fuerte, que abrió un ojo y me vio casi tirada sobre él con el velador en la mano y con la cara desfigurada de roncar tanto. Abrió el otro ojo y saltó de la cama. Me dijo, ¿qué haces Valeria, que haces? Y no sé por qué, es como si algo que tenía guardado dentro mi salió y con un el velador en la mano le grité, DEJÁ DE RONCAAAARR, y la A la dije con una voz de ultratumba que mi abuela Nely, en el más allá de seguro hasta me aplaudió.   

Se fue al baño. Se cambió y se fue. No le dije nada. Nadie dijo nada.  

Prendí la tele, me tiré en el sillón y me quedé mirando un documental sobre Buffalo Bill. No soy un actor, soy una estrella, decía, soy una estrella. Me quedé dormida mirándolo cazar un bisonte.  

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Marcela Inda

Con las cartas no se juega

Con las cartas no se juega- dijo, de golpe, juntando el mazo disperso. Lo envolvió cuidadosamente en el pañuelo de seda, y lo guardó en el bolso, apagó la vela, todo en dos segundos. 

Se hizo un silencio suspendido. Estaban los que habían entendido, o intuido, y los que se habían perdido hace rato y ahora miraban inquisitivamente a Mariela, a Jordi… esperando alguna traducción del genio de Elena, que parecía haber cortado el mambo sin motivo.

-Paso al baño -le dijo a la dueña de casa, como pidiendo permiso. Dio unos pasos, y se volvió. Manoteó el bolso y se dirigió al pasillo. 

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Victoria Sarchi

Florecerá

El mirar otros jardines fue crucial para iniciar mi búsqueda. La primavera estaba cerca y yo seguía sin ver florecer lo que había plantado, ni un pequeño brote nuevo se asomaba y lo que estaba no crecía, estaba detenido, sin dar nuevas flores, nuevas hojas, sólo sobrevivía y yo ahí estaba, constante, imparable, obsesionada buscando en internet la necesidad de cada planta, dando agua cuando era preciso, sin olvidarme un solo día y sólo conseguía que lo que estaba no se muera, que no era poco, pero por algún motivo no me era suficiente. Estas plantas no crecen y no me florecen las flores, me decía cada mañana al salir de mi casa.

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Marcela Arza

Ramo de rosas, gerberas y tulipanes

Fue ver la escena más triste de mi vida, la despedida de dos amantes, mejor dicho, la despedida de alguien con algo que se estaba apagando, que los días hacia flashear de tiempo rápido y asesino. Apenas vi eso, salí. El nudo de la garganta te hace ser rápida. Crucé el puente con el dolor de querer llorar mucho. Te mandé un mensaje. Era muy temprano. Caminé despacio por la Avenida Cabildo, me detuve a mirar vidrieras buscando algo que sea más importante que el nudo y el dolor y todo, todo lo que pasaba. Me contestaste a la hora, que vaya, que me esperabas con el desayuno. Caminé sin cansarme nada. Que espanto. El contador de pasos del celular me felicitaba con aplausos por mis victorias en kilómetros, y yo que con bronca y dolor sólo cruzaba sin mirar los semáforos, cerraba los ojos y volvía una y otra vez a esa triste despedida.  

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Marcela Inda

Balcón

Se levantó, y corrió al balcón. 

Casi. Casi. Pero no todavía. No faltaba nada. Se abriría de un momento a otro. Y ella estaba atenta. 

Era como si sintiera ese latir dentro suyo. De alguna manera visceral se unía a esa vida pequeña, ínfima, sintiéndose ella también a punto de florecer. 

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Marcela Inda

Una mano

Algo hermoso les pasó a los vascos en 2022: la mano de Irulegi. Se trata de una pieza arqueológica que encontraron en unas excavaciones que hay en Irulegi (Navarra), una lámina de bronce con forma de mano extendida y con inscripciones en euskera, que datan del S I-II a.C, cinco palabras en cuatro líneas. Lo que pudieron descifrar hasta ahora es una de esas palabras: SORIONEKU, que sería “zorioneko”, dichoso/a, afortunado/a, pariente de zoriontsu, de zorionak… Una mano que habla de la felicidad, de los buenos deseos, de la buena fortuna. 

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Victoria Sarchi

El custodio (teatro fantástico)

Un bosque de árboles muy altos. Todavía hay luz, pero está a punto de caer la noche, estamos bajo una tormenta eléctrica que emana rayos plateados e intermitentes antecedidos por un ruido de redoblante filoso, metalizado como si volaran cuchillos en vez de rayos. Germán (13) está parado inmóvil frente a un agujero de una redondez perfecta, es poco profundo y sale de él una leve humareda que ni el torrente de agua que cae logra apagar del todo, lleva una campera de lluvia y una gorra colorada, cada vez que respira empuja el agua de lluvia que le recorre la cara. Está en una especie de trance.

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Marcela Arza

Manantial de llanto despedida

Tres Whiskies nos tomamos esa noche. Yo no tomo Whisky, te dije. Y tres Whisky me tomé. 

Aunque lo sabía, aunque ya tenía en mi mente todo posible escenario, sonó el teléfono. Seco y rápido mensaje. De pronto me estaba lavando los dientes para salir. De pronto me había cambiado sin darme cuenta. Había avisado a un par. Tardé en ponerme las zapatillas, por los cordones. Mi gato me comió los cordones hace un tiempo y no los cambié. Hace unos meses. Creo que hace 4 meses. Me subí a un taxi y le dije la dirección.

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Marcela Inda

Portarretratos

Hay acciones que, por pequeñas que sean, denotan un cierto “instalarse”, hacer pie en una casa, e ir volviéndola un hogar. Por ejemplo, poner fotos, cosa que hice ni bien llegué el año pasado a Ordizia. Las coloqué casi casi como las tenía dispuestas en Yerbal: colgadas con brochecitos de colores en un alambre finito… Los niños, las amigas, la familia, lindos momentos, inolvidables, inmortalizando las sonrisas.

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