Soñó que llegaba tarde.
Y a pesar de las prisas, no podía dejar de hacer un montón de cosas que se suponía que tenía que hacer antes de salir. Y entonces cada vez llegaba más tarde, como en una película en la que no hay escapatoria.
La sensación de estar dentro de un mecanismo del que, por más esfuerzos que se hagan, no se puede escapar, porque hay una fuerza superior que nos arrastra en una dirección y allá vamos. Tarde, muy tarde. Y nadie la ayudaba. Enredada. La acción más simple le era costosísima: vestirse, comunicarse, avanzar… El barro del que está hecho el suelo de los sueños, su carácter trágico… El pathos ineludible.
Se despertó.
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