Juegos de Mesa, Marcela Arza

Generala

Volvimos caminando. Vos ibas unos centímetros más adelante, no me mirabas. Fumabas con tu mano izquierda y con la derecha revoleabas el viento delante de mí. Centímetros adelante. ¿Cómo la noche se volvió una cagada? Pensaba. Caminamos las once cuadras a casa. No me hablabas. No me mirabas. Tu cuerpo no me decía nada. Una cuadra antes de llegar, te dije: Juan, ¿estás enojado? Pregunta incómoda cuando se sabe que sí, que el preguntado está enojado. No me dijiste nada. Apagaste el cigarrillo de un tiro pique de dedos y entramos al departamento. Fuiste directo al baño. Me quedé parada con la campera puesta. No podía sacármela. Sacarme la campera significaba la derrota de la pelea. ¡Juan!, dije. ¡No era para enojarse así! 

Habíamos ido a cenar a lo de Sabri y Diego. Sabri es mi compañera del trabajo. Después de tantos años, ya casi diría, ¿amiga? Amiga se le puede decir, aunque no sabía mucho de ella, sólo su fascinación al café con leche y una medialuna. Todos los días, en trece años, a las cinco de la tarde, come una medialuna con un café con leche. La casa estaba brillante de limpieza. Había lucecitas colgadas en la pared que iluminaban las fotos de ellos dos, con amigos, en fiestas, con perros, en un crucero.  Sabri me contó cada foto, mientras vos buscabas el balcón para salir a fumar. Hace dos meses que viven juntos. Nosotros hace tres años, más cinco de novios. Seis vacaciones. Cuatro casamientos de familiares, dos casamientos de amigos (amigos tuyos), tres operaciones. Tanta historia y no llegamos ni a la mitad de fotos, en portarretratos, en comparación a la casa de Sabri y Diego. 

Cenamos fajitas. Cada uno se servía a su gusto, pollo, morrones, guacamole. Charlamos sobre nuestros trabajos, sobre la política actual y la música. Diego hablaba mucho. Se envalentonaba en las últimas oraciones de cada pensamiento que tenía.  Y cada cinco minutos abrazaba a Sabri. Nosotros mirábamos con nuestras sillas distanciadas. Vos salías a fumar, cada tres de los abrazos de ellos. Y yo, con el chynar sola, los miraba y pensaba en los primeros dos meses de nuestra casa. Escuchamos Black Sabbath. Diego es violinista en la orquesta del Colón, fanático del rock. Confesó que su sueño es tener una banda de violines que haga rock pesado, que su primo cantaba, que su primo conocía a Iorio, que su primo era de los primeros heavy metal del país. Vos fumabas, mitad cuerpo afuera, en el balcón, mitad cuerpo adentro, dándome la espalda. ¿Jugamos a los dados? Dijo Sabri. Ya eran pasadas las doce. Te miré, buscando tu aprobación o desaprobación, buscándote con la mirada, a vos, a mi equipo, pero no dijiste nada. Apagaste tu cigarrillo, sacando todo tu cuerpo afuera. Odiaba que fumes. Sí, dije. Juguemos. ¿A qué? 

¿La generala? ¿Al diez mil? ¿Qué otros juegos hay? Generala dije. Juan es fan de la generala, dije. Es su juego favorito. Y ahí, en esa, mía declaración, entraste con el aroma a pucho apagado y me miraste; A mí no me gusta la generala, dijiste.  Sí que te gusta. No, Mariana, me dijiste. Sólo me decís Mariana, cuando todo está cagado. ¿Y cuándo es que se cagó todo? Podemos jugar en equipos, juguemos a la generala triple, dice Diego. Ay, sí, me encanta, dice Sabri. Sí que te gusta jugar, jugamos con Guido. Me miraste de una forma. De una forma, me miraste.  ¿O no, que jugamos? ¿Prefieren el diez mil? Se metió Diego.  Juguemos a la generala, dijiste y entraste por completo. Que me acabo de enterar que soy fan. Y te reíste y Diego te acompañó con la risa. Sabri trajo profiteroles para acompañar el juego. Estaban rellenos de pastelera y dulce de leche. Yo me serví otro Chynar. Nos sentamos en la mesa. Nosotros dos, contra ellos dos. Generala triple. Tres columnas. La primera vale 25, a segunda 50 y la tercera 100. Arranqué yo. Primer tiro, dos 2, un 6 y dos 1. Te miré, ¿vamos con el 2? Lo que quieras, me dijiste. Y fui por el dos. Segunda tirada, un dos más y tres unos. Tenemos full, acá, ¿o seguimos? Elegí vos, me dijiste, con tus ojos clavados en los míos. ¿Qué me decían esos ojos? Otro tiro más, un dos más. ¿Ocho al dos o póker? Y a vos qué te parece, dijiste. Ocho al dos. Anotá ocho al dos y me metí dos profiteroles en la boca. ¿Pero, estás segura? Les conviene póker, dejalos no los ayudes, decían la pareja feliz de dos meses de convivencia. Ocho al dos, entonces. Diego tiró los dados, tres seis en la primera mano. Que suerte tienen. Con Guido no jugamos a la generala, irrumpiste. ¿Que? Con él no jugamos, ¿cuándo jugamos? Sí, cuando fuimos a la casa, una vez a cenar. El año pasado creo que fue. Otros seis más, que suerte Diego. ¿Y jugamos los tres? Sí, no sé. No me acuerdo. De verdad, no me acordaba. Otro seis más. Póker, anotemos póker mi amor. Te toca a vos. Tiraste los dados. Casi escalera. Falta el 4. Es difícil, ¿por qué no seguís con el uno? No, voy a buscar el 4. Agitabas el cubilete. Mi juego favorito es el Estanciero. ¿Por qué decís generala? ¿Cuándo fue generala, mi favorito? Creí que…y tiraste, un 1. ¿Por qué no seguís con el uno? Hace años no lo veo a Guido. Y volviste a tirar, sin importarte qué número caería. Un 6. No nos servía. Tachá la doble, le dijiste a Sabri que anotaba. Pongamos uno al uno, te dije. No. tachá la doble. Pero hay un uno, te dije, te rogué con la voz disimulada. No quiero uno al as, prefiero tachar la doble. ¿Es mi juego favorito, no? Dejame que decida. Silencio. El cd también hizo silencio. Un instante de cambio de canción. Un profiterol a la boca. No quería hablar. Quería ser el relleno que desaparece en la boca. Preparo otro Chynar, dijo Diego. Sí, hagamos otro, dijo Sabri. Se levantaron y se fueron a la cocina. No me miraste. Desde ahí ya no me miraste más. Jugamos con Guido, a la generala común. Te gustaba. No, Mariana. Yo no jugué. No me gusta este juego. Nunca me gustó. 

Seguimos jugando, como autómatas. Los cuatro sabíamos bien que queríamos terminar la partida, la cena, la noche. Ganaron ellos. La diferencia fue de 350 puntos. Se abrazaron, él le dio besos en la cara y en el pelo. Ella se reía. Vos te pusiste la campera. Hermosa la casa, está hermosa, les dije y nos fuimos. 

¡Juan! ¡No era para enojarse! Y seguía con la campera puesta. Saliste del baño y te fuiste a la pieza. Prendiste el velador, te sacaste el pantalón y el cinturón chocó contra algo. Creo que contra el marco de la ventana. No sé, no me moví. Me dolía la panza de haber comido tantos profiteroles. Pensaba en Guido y la generala que jugué. ¿No estabas vos ahí? ¿Por qué no tenemos portarretratos en el departamento? ¿Cómo se hacen los profiteroles? ¿Con quién jugué a la generala en estos casi ocho años? Apagaste el velador. El silencio del departamento parecía un violín desafinado. Mañana voy a comprar lucecitas, pensé. Mañana voy a hacer eso. Y me saqué la campera. 

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