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La belleza es otra cosa

Por Julieta Timossi

Este vago atorrante, que nunca tuvo un cospel
Le puso el pecho de arranque, erizándole la piel
Con chamuyos elegantes, le pintó el mundo al revés
Para que siempre lo banque, de primera la hizo bien

Rodrigo Bueno

Hoy es mi último día. Te veo en la otra punta del parador, con tu jogging percudido por el tiempo. De pronto te acercás lento hacia mí, la pierna mala no te permite caminar al ritmo que te gustaría: la “pierna bala” (le digo yo así en secreto). Si te lo contara sé que te reirías, porque acá ustedes están acostumbrados a reírse de todo. Llegás a mi mesa (acá estoy con mi Mac trabajando) y apoyás sobre la madera un alfajor que te robaste de la merienda: “para vos” me decís. Es un Capitán del Espacio, el más codiciado por todos. Esbozo una sonrisa, pequeña y contenida, para que no se note porque no se puede, y das media vuelta y te vas. 

Me tocó quedarme hasta tarde. La mayoría de mis compañeros ya se fueron, quedan sólo algunos de seguridad. A la noche el clima es muy distinto. Las luces bajan, las apagan o simplemente es tarde y deja de entrar la luz del sol por los ventanales. Este paisaje me obnubila: pasar del confort de la oficina a trabajar por un tiempo en la espesura de un parador del gobierno es algo que no me había imaginado jamás. Los dos sabemos que después de hoy no vengo más. Te acercás nuevamente y me susurrás al oído: “te voy a llevar al casino clandestino”. Me excita la idea de conocer ese espacio mítico y también sé que es el único lugar de todo el parador donde no hay cámaras. Miro para todos lados, no veo a nadie, asiento con la cabeza y me tomás de la mano: ese contacto me hierve la sangre. Y subimos al segundo piso, al fondo, donde está el vestuario de hombres. Nos acercamos a la puerta, todavía no entramos y ya percibo una nube de humo que se filtra por debajo de la entrada. Abrís y al verme quedan todos paralizados. Decís “tranquilos, viene conmigo” y cada uno sigue en la suya.

Tenías razón, es un casino. Metieron mesas y armaron los juegos: no sólo veo grupos jugando a las cartas sino que también hasta hay una ruleta. Te susurro que no lo puedo creer, te reís y mordiendo los dientes me decís “te caíste de jeta ¿no?”. En un costado está Manchitas tomando merca sobre un felpudo verde que oficia de paño de póker, o algo así. Nos quedamos pocos minutos, de observadores nomás, y de pronto me decís suave “¿Vamos?” y salimos. El pasillo está oscuro. Miro al techo y efectivamente no hay cámaras. Por un momento pienso que es nuestra única oportunidad, que nadie nos vigila, pero por otro lado también pienso que por más que quiera no puedo. No da. Me tomás de la mano nuevamente, y me llevás a un sector del parador que no conozco. Entramos a una especie de habitación con cosas de limpieza y me decís “¿te gusta mi guarida?” Me río. Sacás una escoba de por ahí y barrés el piso, apoyás tu campera y me invitás a sentarme al lado tuyo. Es la primera vez que estamos tan cerca uno del otro.

Siento tu respiración agitada. Hoy es nuestra primera y última vez, pienso. Sacás una pipa, un encendedor y la prendés. Estirás el brazo, ofreciéndome, y te pregunto qué es. “Tela de araña”, me decís. ¿Pega? Te pregunto extrañada. “Marea un poco, es lo que hay”. Fumo. Fumamos juntos. El gusto es rarísimo. La habitación está en penumbras, y veo el contorno de tu cara envuelto en el humo. Es la última vez, pienso de nuevo.  Apoyás tu mano en mi pierna y siento el calor de tu cuerpo a través de mi jean. Se me empieza a acelerar la respiración, no sé si es la tela de araña o qué. Nos miramos y me sonreís, te falta la mitad de los dientes pero eso no me importa porque vos me enseñaste que la belleza es otra cosa. Y ahí, sentados sobre las baldosas heladas, me besás al fin. Tenés sabor a alcohol, pienso de dónde lo habrás sacado, así como pienso en cómo harán para meter todo lo que está prohibido en este lugar. Mientras nos besamos empiezo a escuchar unos gritos lejanos, pero no me inmuto y sigo embalada con la situación. Me empiezo a bajar el pantalón y me decís que no. No entiendo, te respondo, y me mirás y decís “se armó”. Nos besamos un poco más y empiezan a sonar las alarmas del parador. Es un sonido agudo y penetrante que no había escuchado nunca antes. Nos despegamos y pregunto qué pasa y me contestás que para hoy tenían programado un motín. Me susurras al oído: “Andá”. Me cuidás. Me abrocho la camisa que en algún momento que no registré me desabrochaste hábilmente, y me voy de vos para siempre.

Julieta Timossi
Julieta Timossi

Actriz, docente, dramaturga y directora.
Egresada en la carrera de actuación de la Emad. Como actriz, trabajó en obras como: “En tus últimas noches”, “Poema ordinario” y “El amor es un bien”, entre otras. Escribió y dirigió “Carlos Mon Amour”, presentándola por dos años consecutivos. 
Estudió dramaturgia con Francisco Lumerman, Romina Paula  y en la Diplomatura en Dramaturgia del Centro Cultural Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Su obra “La resurrección del deseo jubilado” fue una de las ganadoras en el concurso #Poor Connection, una articulación entre la Diplomatura del Paco Urondo y el Institute of Modern Languages Research (University of London). 
Docente de teatro en Moscú Teatro Escuela. 
De un estilo genuino, sincero, propio. Lectora fanática y amante de la música. De risa contagiosa y compañera, como sus textos y sus obras.

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