Victoria Sarchi

Es el jazmín

Andar. Caminar con la mirada sobre las baldosas sin tomar en cuenta el ambiente, ni los lados, ni a quien vaya por detrás o por delante.Tan sumida, absorbida al propio mundo, tan desatenta al exterior que se comparte, tan en automático, tan de memoria hago el camino que me pierdo cualquier cambio, cualquier alteración, cualquier variación posible en el recorrido. Tan más adelante, en aquello que no existe y por momentos tan atrás, en aquello que tampoco existe más. Desorientada. Extraviada. Lejos, demasiado lejos.

 Las fachadas de las casas no me inmutan, lindas, feas, altas, bajas, ninguna puede conseguir que mi mirada se alce, se percate, se integre al entorno y lo mire, lo aprecie, lo desprecie, lo que sea que me tenga que pasar cuando se camina estando quieto, atento, presente. El suelo colabora al ir y venir de mis pensamientos que me llevan empujada, sin dejarme ver. Es un entramado que no cambia y que al sentido de mi vista le queda demasiado cómodo para que mi cerebro siga intentando descular lo que ya no se puede arreglar porque es pasado y se sienta confiado en controlar lo incontrolable del futuro. Y así voy dando un paso atrás de otro, ignorándolo todo. El cielo, el clima, las caras, los sonidos… es el camino de siempre, el de la rutina, el de todos los días y supongo que es por eso que doy por sentado que allí todo permanece inalterable. Un paso y otro con mis zapatillas negras, de las que tampoco podría decir si están sucias o están limpias, y los mismos pensamientos de siempre, así voy, hasta que inesperadamente uno de mis sentidos logra detenerme. De repente hay una fragancia que me impide continuar. Me detengo y el panorama se amplía inmenso ante mis ojos. Veo las casas de esa cuadra y ahora busco cuál es la que me llama, ahora sí que estoy ahí, atenta al entorno, entonces me doy cuenta de que no es hacia adelante a dónde tengo que ir, sino hacia atrás. Me doy vuelta, camino, vuelvo sobre los pasos ausentes que antes di y ahí la veo.

Es belleza que se enreda suavemente firme en una reja, levanto mis ojos y veo que su follaje viene desde más lejos extendiéndose hacia afuera, bajando abrazado desde la baranda a una escalera que sube y baja hacia la puerta de entrada a la casa. Me acerco, el aroma intenso de su flor hace que sea instantáneo y potente el traslado hacia el recuerdo. Me abruma pero me entrego porque hay algo de ese olor que lo hace disfrutable, ameno, indoloro y sin siquiera cerrar los ojos todos mis sentidos se activan, se abren totales, después de un largo tiempo de hermetismo. Disfruto inhalar profundamente y dejo, a través del aire, que su belleza invada el recuerdo. Está tan vivo que me impacta, siento sus manos acariciando parte de mi cuello y mandíbula, la brisa calurosa de verano que despeina mis cabellos y pestañas, veo sus ojos, chispeantes, pequeños tan cerca de los míos, trago saliva y saboreo idéntico el gusto de su boca, de ese último beso… no entiendo este asalto injusto a mis sentidos y es ahí que mi memoria me avisa que cuando todo eso pasó había una planta de jazmín igual a esta aromatizando el momento, es innegable el camino directo al recuerdo del olfato y hago fuerza con mi pecho para volver al presente y seguir. Tengo que seguir pero… ¡tanto quisiera quedarme a su lado un rato más!

Me impresiona que el jazmín con su potencia fue el que primero me trajo al ahora y el mismo que un segundo después me llevó hasta el más allá. Ese mismo que se muestra tan frágil a la vista pero que tiene el poderío con su esencia de arrastrarme hacia el pasado tan delicadamente que no siento ni el tirón. Empiezo a caminar otra vez, ya no miro el piso y por primera vez en meses me doy cuenta de que un árbol que solía dar sombra en esa cuadra ya no está. Y me alejo de la planta con la mirada altiva y con una sonrisa inmensa porque es el jazmín lo que volvió dulce aquel recuerdo tan amargo.

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3 Comentarios sobre “Es el jazmín

  1. Ale Fain dice:

    El cerebro reposa, el corazón sigue activo, los sentimientos estás dormidos y el Aroma los despierta!!!

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