Por Mariano Saba
“Matacaballo”. Así motean, los purretes. Ni saben que es el nombre del galope bruto ni por qué me quedó el chiste encima… ¿Y yo? Este cuerpito gentil, así como lo ve, se cepilló a media caterva de las cocottes de Buenos Aires. Cuánta cocó y champú, mire, y ahora terminar tan tirado, mangueando a las puertas de Palermo, cuando fui el rey del burrerío yo.
Mire, nomás, que de jockey fetén y la farra a todo trapo venir acá a andar contando miserias. ¿No tiene un puchito, viejo? Colilla se acepta, no le vamos a hacer el asco a lo que hay. Le cuento y usted me da lo que pinche la pena. “¡Colifa!”, me gritaban, acá mismo, si viera, los pitucos en el Pellegrini… “¡Vas a salir volando, che!”… Porque una carrera, viejo, no es cosa de apurar al animal para llegar rápido, no crea. Es meter el viento entre las patas del burro, eso es. Pegarse un viaje sin moverse del bobo. Los metros te quieren si tenés un cacho de cielo para untarle los cascos al bicho.
Si no, estás frito. Muerto. Tuerto. Como el dandy, ¡qué muñeco! Tenía que verlo, siempre alzado por el vento, se pavoneaba con una rubia platino y todos sabíamos que no manyaba ni yobaca. Un nenito de punta en blanco siempre relojeando los pichibirlos que venden la revistita, y así y todo dando corte de guapo. “Oíme, vos, ¡¿sabés lo que sale el moteado mío?! ¡¿O por qué te creés que se llama Trueno, jetón?! ¡El problema sos vos que lo corrés sin gana y me lo hacés un chuchito pishado, y justo ahora, mirá, que se viene el grande y voy a tener que apretarle las clavijas con pichicata linda! Pero mejor que entonces no te achiqués, porque si no lo corrés bien ni envenenao entonces vos estás forfai y te tenés que tomar el raje, ¿me entendés? Pelandrún, pancho, pastito”. Ponchada de años pasó, pero es como si fuera ahora, vea. Subidito ahí, sale el animal hecho un diablo y yo me pego al cuello, tufo a miedo, pobre matungo, yo lo apreciaba, y al oidito nomás le digo en la polvareda “yo te voy a hacer el bien”, y tiré fuerte la rienda, y lo hice corcovear y en el hueco a la avenida, por entre los palcos, vi la cara de cuiqui que pusieron los cuidadores cuando les pasó el vientito rozando la napia, y ya en la calle rumbeé al río, y todos cogoteando para ver la fuga atorranta, esquivando los paseanderos del domingo y el tranvía que abre las ventanas como media docena de pestañas por donde asoman las cabecitas con sombrero. Yo me crucé toda aquella Buenos Aires al trote desbocado de un pura sangre. Fue ver aparecer los caños, una pendiente en barranquito y las olitas. Empezaba a garuar y escuchaba ya la sirena taquera y el silbato y los gritos. La cana o el agua. Con el mango de la fusta le reventé el ojito, me dolió más a mí que a él, pero hice que se fuera de costado y rodamos, pata arriba los dos, al agua pato, y lo vi retorcerse, cocear y empujar río adentro. Sueño a veces que cruzó el charco y vivió feliz en tierra charrúa. Pero no, a qué engañarse. Ahí andarán sus huesos, en el lodo nomás. Y, amigo… ¿colilla tiene?
Hermoso Mariano el cuento y vos , gran persona , sencilla y fácil de querer . Cuando me diste aquella respuesta al pedido mío de hacer teatro ,me hiciste acordar aquello de ” No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio “
¡Me pareció excelente! Cuanto talento.
Hermoso el vínculo, ahí, al oído… Y el relato, una y otra vez, tanto tiempo después, como una canción que queda sonando… ¡Felicitaciones!