Marcela Inda

Gift Card

Se acerca su cumpleaños. Cumple en primavera, en esos días de septiembre en que el viento sopla, parece, en todas las direcciones. El viento tiene que desparramar semillas, es así, es la naturaleza… Pero, ¿él? Él empieza a mudar de humor, como una serpiente de piel. Es cambiante, imposible anticipar el pronóstico. Creo que lo trastorna cumplir años, no ser dueño del paso del tiempo. Hay que llevar saquito, paraguas, y manga corta. Nunca se sabe.

Eso no me molesta, no me molestó nunca. Al contrario, me divierte por momentos, me sorprende casi siempre y, sobre todo, me desafía. Y a mí me gustan los desafíos. No dormirme en los laureles, no descansar en lo conocido, un poco como estar al acecho. Algo de la naturaleza animal, de la cacería, de la supervivencia. 

Nuestra relación es un poco eso, ha sido eso. Comer, y no ser comido. Y he estado al borde varias veces, por desprevenida, por vaga también, hay que decirlo. Y por pifiarla, claro, nadie tiene garantizado el 100% de puntería. 

Pero entonces llega la primavera. Y mis sentidos se despiertan, presto más atención que nunca a sus comentarios fútiles, a lo más trivial, sigo su mirada cuando se distrae, cuando algo lo lleva lejos… Intento pescar en los agujeros y que me den una pista para su regalo de cumpleaños. 

Me considero una persona que sabe hacer regalos. En una época en que está absolutamente fuera de moda, a mí no me da lo mismo, y los pienso, los preparo con amor para las personas que quiero, con tiempo. El qué, el cuándo, el cómo. El envoltorio, la tarjetita… todo. ¡Y para él! Cómo no esmerarme… Y cómo no frustrarme. Una y otra vez. Cada año, cada vez. Porque en los quince años que lo conozco jamás logré regalarle algo que no cambie.

Si es ropa, hay otro color que le va mejor, el talle no es exactamente el que le calza, porque justo bajó un kilo, engordó doscientos gramos. Si es un libro, tenía antojo de leer otro, ahora se le dio por la poesía rusa del siglo XIX. Si hasta ha cambiado mis regalos a escondidas para que no me entere. ¡Como si no fuera a darme cuenta! No lo hace en mi contra, lo sé. O por lo menos, no conscientemente. ¿Es que no acepta? ¿Es que no sabe recibir? ¿Es que tiene que controlar hasta el último detalle de lo que sucede a su alrededor? ¿Es que no sabe ver la belleza del gesto de quien pensó en él un rato y eligió algo particular? Detesto su sonrisa franca cuando abre un paquete. Porque está verdaderamente feliz. No miente ahí. Es el éxtasis que le provoca pensar por qué otra cosa va a cambiar lo que tiene en las manos. Siempre se lo ve radiante cuando recibe algo, algo que no va a estar en su poder más que un ratito. 

Y a nadie parece molestarle. Resulta, lo consulté, que hay mucha gente que se comporta exactamente igual. Casi se podría hablar de un síndrome. No me extrañaría que si alguien se tomara la molestia de incluirlo en la próxima edición del listado de neurosis, el síndrome lleve su nombre. 

Y así se entiende el gran invento de las gift cards, las tarjetas de regalo. Para gente exhausta como yo, agotada de pensar qué, pero que ya tiró la toalla. No es mi caso. Entré en el negocio y me ofrecieron una. Me parecen un insulto a mi inteligencia. ¿Es que creen que no lo conozco? ¿O que no tengo imaginación? Casi broto. Pero me controlé. Quizás sólo quieren calmar mi desasosiego. Como si dijeran: Usted no piense, sólo pague, y no se enrosque, respete la libertad de elección del beneficiario. Como un anti-depresivo que funciona a modo de profilaxis. De usted sólo necesitamos su otra tarjeta, la de crédito. Qué amable el capitalismo, piensa en todos, en cada uno, nos mantiene sedados. Y nos escribe los saludos, también. Feliz cumple, con amor…

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2 Comentarios sobre “Gift Card

  1. Lea dice:

    Desolador. Cuánto comprendo a la protagonista!!! Pero los nuevos usos se imponen y éste será uno de ellos. El ser humano cada vez menos comprometido con los sentimientos y cada vez se transforman más en un trámite, lo que le regalamos a alguien, que es el tiempo en pensar qué, buscar qué…

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