Invitadx

Mil maneras de perder

Por Lucía Tirone

Estoy en mi baño contemplando los relieves de mi rostro. Las veo a ellas, mis ojeras, el maquillaje permanente que visten mis ojos. Un color purpúreo, un pigmento borgoñés que quiero que desaparezca. Me amargo profundamente de sólo notarlas. Están conmigo de día y de noche. Las compañeras más fieles que tengo. Desearía que también me abandonaran. Ya está, es el momento, tengo que dejar de tomar. Llegó la hora de romper mi más fuerte y duradero compromiso. Mi compromiso con el alcohol.

Hoy es tu cumpleaños y me invitaste a tu fiesta nocturna. Es una pésima idea que asista pero sería una lástima para mi trastornado corazón que me ausente. Y como yo adoro las pésimas ideas, por supuesto que ahí estaré.

 Me embarco en esta difícil tarea sabiendo que me sentiré como una especie de Adán y Eva  nadando en una pileta de manzanas prohibidas. El objetivo de limpiar mi hígado podría verse amenazado. Es que cuando un propósito así aparece en la mente de uno, cualquier circunstancia festiva se transforma en una oportunidad para reencontrarse con ese amor prohibido. Mis deseos etílicos se excitan con cada descorche, con cada lata que escucho destaparse.
Tengo que aprender a perder. Esta noche seré derrotada. Sabiéndome vencida, sólo me queda disponerme a brillar. Si voy a caer en la tentación, que sea con glamour. Ojos enmarcados y máscara de pestañas azul, un grueso revoque que cubra las malditas ojeras y el más duradero de los labiales.
Casi no tengo ropa. Es que nada me queda bien. Caminaría por la vida desnuda. Lo que sí tengo es ese vestido, el que nunca me falló en diez años, ese que sólo puedo usar de noche porque el día revelaría el gastado de la tela, ese es el que voy a ponerme hoy no sin antes coserle el cierre roto. Lo acompañaré con unos aros de plástico imitadores del oro. Hoy voy a sentirme una diva proletaria. Me reencontraré con los monstruos que viven en mi cabeza. Voy a beber en mi nombre.  Voy a hacerlo mientras te observo festejar, deseando que te tiente mi perfume y si eso no ocurriera, deseando al menos que me notes.
¿Es acaso mi condición de murciélago la que nos separa? La extrema luminosidad me resulta inapetente. No puedo disculparme por ser murciélaga. Está todo escrito en las alas de mi ADN.

Estoy nerviosa. Cuando uno está nervioso está bien no insistir, no empujar, no obligarse ni a bajar de peso, ni a dejar el cigarrillo, ni a dejar a ese amante. Ese amante que sos vos.
Y estaba ahí sentada, en tu cocina de azulejos amarrillos, sintiéndome tan nerviosa que así como de pura sintonía con el ambiente, estalla sobre mi cabeza el foquito de luz. Un chubasco de vidrios lloviéndome encima.
Me ayudaste a limpiarme sin cortarme. Hoy parece ser un buen día.
La noche y tu alegría cumpleañera hicieron que quisieras dormir conmigo. Me invade una felicidad peligrosa. Vamos a tu habitación donde nos acompañan dos wiskis. Yo ya vencida y vos de festejo reímos, bebemos y nos perdemos en las sábanas. La murciélaga no se puede dormir. Te contemplo a vos hacerlo.

Una tarde de domingo recibo un volante que parecía propaganda evangelista. Sobre ese papel, la pregunta sin respuesta. HOW TO BE A MORNING PERSON. Soluciones mágicas que se repiten cual mantras prometiéndome la salida, la cura a mis penas.
¿Cuántas Yo habitan dentro de mí? ¿Cuántas soy? ¿Cuál de ellas va a impedir mi salvación? Me declaro mi peor enemiga. No entiendo cómo es que se hace para ser una persona de día. Es simplemente eso, no lo comprendo. Algo así como tampoco entenderé jamás quién es capaz de nombrar a una hija Dolores. Yo bien podría llamarme Soledad. A veces soy una drama queen. Hoy, por ejemplo.

Sentada en mi escritorio tomando terma para engañar a mi organismo. Litros de soda y rodajas de limón. Toda una pantomima. Tengo que aprender a perder. Creo que estoy perdiendo. Sahumerio para atraer esto o aquello. Opto por fumarme unos tabacos para sahumarme las tripas. Es que estoy metamorfoseando. Quiero mudarme de mí misma, quiero convertirme en otra.

Ya no sé cómo me siento. Volví de tu casa en un taxi, sonaba la música y yo miraba por la ventana. Pienso en vos, en cómo dormías mientras yo contaba tus lunares como una galaxia estrellada. Una vía láctea blancuzca que es más linda con la luz apagada. Sos más lindo con la luz apagada. Pienso en tus aromas. El olor de tu nuca después de coger. Pienso en lo alto que sos. Tenés tantos lunares que me sirven como contar ovejas. También pienso que deberías hacértelos ver. Te despertás y me das la espalda. Me encuentro en un exilio amoroso. Me siento como si no tuviera patria. Disimulo y me voy. Y ahí estoy, en ese taxi queriendo sólo llegar a mi departamento, que mi gato se suba a mi falda y ronronee lo suficientemente fuerte para evitarme la crisis nerviosa. Pero ahí estoy, en ese taxi. El tipo me habla porque se siente más solo que yo. Miro por la ventana y está lloviendo. Acompaño a las gotas. En mi cara también llovió. Pienso que no tenés hospitalidad.  ¿Qué te costaba acompañarme hasta la puerta? Tu moderado temperamento es lo más parecido a comerse unas papas fritas sin sal. Y lo digo con la certeza de que tendré fulera hipertensión.  Yo voy a fondo, todo a fondo. Vos tenés la profundidad de un charco. Mi mente intenta no culparte. Una de las tantas Yo que soy, intenta no culparse. No te culpo, no me culpo. Al final, quizás sólo se trata de que soy difícil de querer.

Lucía Tirone

Actriz y dramaturga. Como actriz, trabajó en la obra “Nadie mejora”, que participó en el Festival Internacional de Teatro Universitario de Blumenau; en “Ya nadie nota tu dolor”; “Como los terremotos que sólo dejan escombros”; “Ya nadie va a leer Moby Dick”, entre otras.  Escribió y dirigió “Fideos con manteca sin queso”, presentándola de forma itinerante por distintos festivales de Buenos Aires. Sus textos rebosan verdad, pudiendo sondear el dolor, el humor, el corazón humano. De palabra franca. Feminista. Compañera de cervezas, charlas, mates y filosofía. Dueña de sonrisa abrazadora y de abrazos sinceros.

Standard