Marcela Inda

Enamorada

Siempre fue excesiva en el amor. De ahogar las plantas, por temor a que les falte agua, de ese estilo. Y a la gente, no sé por qué, le da pavura el ser amada en exceso, se suele sentir asfixiada y entonces le huían, y sufrió durante años las consecuencias de esos deleites de un instante que se transformaban en un dolor de entrañas de la noche a la mañana. 

Enamorarse de una lengua, me refiero a un idioma, le pareció muy reconfortante, muy fecundo, y, para su sorpresa, tratándose del amor, muy indoloro. Cuando se dio cuenta, ya estaba prendada hasta los huesos de esas palabras, de esos sonidos, de esa forma de pensar, de mirar el mundo. Y superó las primeras etapas arduas del empezar de cero con algo que es completamente distinto a lo conocido, porque esta lengua nada tenía que ver con los idiomas que había aprendido en la escuela, o con su lengua materna. Nada que ver. Era algo absolutamente nuevo, y, sin embargo, lo sentía más suyo que tantísimas otras cosas más aparentemente cotidianas. 

Allí iba, portadora de la alegría propia de los enamorados, a las clases. Siempre con la tarea hecha, sin saltarse ni una, llueva o truene. Y si estaba lindo, iba en bicicleta, tarareando las canciones que le enseñaban en el curso, imaginando diálogos con seres ficticios, practicando las estructuras recientemente aprendidas… Y llegaba y saludaba ya en idioma, sin ninguna vergüenza por su dudosa pronunciación o sus errores fatales… ¿A quién le importan? Ya lo dijo Miles Davis: no teman a los errores, no existen.

Y su entusiasmo, a diferencia de lo que había sucedido con todos sus grandes amores hasta el momento, fue in crescendo. Y tomó decisiones al respecto. Porque eso toca cuando el amor crece. Sacó el pasaporte, compró un pasaje y se fue lejos, a donde se habla el idioma. A internarse en una zona de-ese-idioma-parlante, tomar clases con nativos, ir a la panadería y hablar el idioma, ir al bar y beber en ese idioma… 

Y, claro, se sintió en casa desde el primer momento. En una casa nueva, sí, pero que era suya, muy suya, muy ella, su mejor versión. Y le pasó de todo en el cuerpo, la traspasaban las emociones como huracanes tropicales en temporada. Y se vio a sí misma llorar sin motivo aparente en una reunión literaria sobre un best-seller con el autor presente. Tímidamente sentada en la última fila, los escuchaba disertar y brotaban prolíferas las lágrimas que inútilmente pretendía ocultar. ¿Qué me pasa? ¿Será que soy de acá, que respiro mejor en esta cosa tan inasible que suelen llamar esta cultura?

También le pasó no entender. Por momentos no entender nada de nada. Puesta frente a frente a los ancianos-de-la-tribu, probó el sinsabor de quedarse afuera, la frustración del esfuerzo sin resultado, el sentirse ajena, peor que en la primera clase, traicionada por sus pretendidos avances fraudulentos. ¿Qué había aprendido en esos años si no le servía para hablar con esa gente? Revolcarse en el polvo de la autocompasión un rato, para volver a empezar. Y volver a confiar, a sentir que sí, que podía decir dos frases, que no le daba vergüenza hacer el ridículo, que se iba a animar a ir a ese programa de radio que quería entrevistarla por ser ese bicho raro que había recorrido tantos miles de kilómetros sólo por recuperar esa lengua…  

La apoteosis fue cuando degustó las delicias del amor en idioma original. Cayó en los brazos de más de un nativo-parlante, subyugada por demás al oírlos pronunciar como nadie ese su idioma amado. Qué bien suenan las palabras de amor así dichas… Sin lugar a dudas, el amor era amor porque se decía así. Hizo cumbre. Se entendió a sí misma. Y se golpeó, claro. Porque a los hombres-de-ese-idioma-parlantes también los atemorizaba su intensidad. Pero no era tan grave ahí, siempre le quedaba la farmacia en su nuevo-idioma-natal, los bares, y los ancianos, esos montes aún por escalar, esos bosques en los que aún no se había adentrado, y ahí estaban, a la espera de nuevas decisiones, de nuevos saltos al vacío. Porque no era la intensidad y el exceso lo que había que modificar, no. En dónde depositarlos, eso sí, quizás.

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2 Comentarios sobre “Enamorada

  1. Lea dice:

    Admiro la frescura de las metáforas, que por cierto son muy originales y la capacidad de interioridad en el personaje. Me encantó el análisis profundo que hace la protagonista de sí misma, las conclusiones a las que llega y la aceptación de su manera de ser, sin claudicar ante el supuesto fracaso. Lo más sobresaliente es la identidad lograda a través del idioma. Excelente, Marcela, como siempre.

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