Marcela Arza

Miedo. Volumen 1.

¿Cuál es tu mayor miedo?, era la quinta pregunta del test de personalidad de la Cosmopolitan.  Las opciones eran: la muerte propia, la muerte ajena, la oscuridad, los fantasmas y los insectos. Cinco opciones donde hay que elegir una y poder completar las diez preguntas del cuestionario y así saber qué clase de personalidad tenes. Con el resultado, al final de la página, te dan tips, para obtener nuevas y mejores metas de vida. Para ser feliz, para tener una vida feliz. 

Cosmopolitan happy life.  

Pensé en las cucarachas. De chica me daban pánico. Cuando tenía, creo que nueve años, estaba durmiendo en la pieza que compartía con mi hermana. Era de noche, estaban todos durmiendo. La luz del pasillo que conectaba nuestra pieza con la de mis papas y con el baño, estaba prendida. Yo, como ahora me pasa, no me podía dormir de noche. Miraba fijo esa luz, ese rincón iluminado y la oscuridad que asomaba alejándose. Miraba fijo y con terror. Hacía mucho calor. Tengo el nítido recuerdo del sonido del ventilador. Bochinchero ventilador entre los ronquidos de mi padre. Mirando tan fijo, descubrí que algo se movía entre las sombras. Levanté mis sábanas, apretándolas contra mi mentón, sólo los ojos valientes podían con ese siniestro. Mi hermana dormía, no se movía para nada. Siempre dormía tan quieta que eso me aterraba. No sé cuánto tiempo habrá pasado de mirar tan fijo hasta distorsionar lo que veía, que ahora que lo pienso, quizás lo que vi fue parte de esa distorsión. Pero en un momento se descubre lo siniestro, lo que se movía y hacía flashes de sombras en el halo de luz: una cucaracha gigante voló y posó sobre la puerta corrediza de la pieza. Un grito. Un susto. La sábana más arriba y apretada. La respiración suspendida para que el monstruo de antenas y alas, no me viese. No pestañeaba, no hacía ni un mínimo movimiento. El ventilador, los ronquidos, el miedo, demasiado ruido para sumarle. Y ahí, como en todo momento determinante en la vida de un niño, ahí fue que algo ajeno sucedió y decantó la hecatombe. Mi hermana estornudó. Estornudó y yo grité. Fue sin pensarlo, sin quererlo sin poderlo controlar. La cucaracha voló de forma directa a la pared que tenía enfrente, que era la pared de mi cama. La tenia de costado, arriba mío.  Aterrada, muy aterrada, la miré tan fijo, que creo que hasta le vi la cara. Me miraba. La cucaracha me miraba y sonreía. Esperé que algo pase, que alguien despierte y me salve del horror, pero todo seguía igual. La noche seguía y todos en ella seguían. Levanté muy lentamente la sábana hasta cubrir a mis, ya no tan valientes, ojos. Intacta tengo la transpiración de mi cuerpo, el calor, el sofocamiento de ese verano y la sombra de ese monstruo que aleteaba sobre mi cama. Observada me sentí, hasta desmayarme del sueño. 

El crecer, el vivir sola, da muchas enseñanzas. Por ejemplo, dejar de temerle a las cucarachas. Tengo un arsenal para el encuentro, que me hace una feroz rival. Y también tengo replanteamientos, de por qué le temo a algo que es distinto a mí, y que no me muerde, ni ataca, y que está más asustada que yo, con las patas para arriba en el suelo. 

Esa opción no la marqué. A los fantasmas, tampoco. Tanta película de terror, creo que me hizo un poco fanática del asunto. La oscuridad, si se trata de luz prendida o apagada, ya no le temo. Muerte propia, tampoco, de hecho creo que estoy pensando bastante que si viene, que venga, que sea dulce, delicada y no avise. Todo bien. La muerte ajena, mucho dolor, pero tampoco es mi mayor miedo.

Pasó una semana del test de personalidad que no terminé, porque quedé en la pregunta cinco. Me cepillo los dientes pensando en eso. 

Si no hay miedo, ¿no hay vida? 

Viéndome en el espejo, escupiendo la pasta dental que la dentista me aconsejó a comprar, escupiendo las toxinas del sueño, me descubro un poco esa cucaracha. Agazapada, viendo lo que está tapado, lo que se esconde de mí, sobrevolando sola en una casa gigante, con las ventanas fuera de mi alcance, esperando que alguien me diga cómo salir. Terror a ser una anécdota de una niña asustada. Una anécdota que revive por un test de la Cosmopolitan. 

Hoy decido tirar esas revistas que encontré y pintar la casa. Una lavada de cara. Limpiar el placard, sacar ropa que ya no uso, cambiar de lugar los muebles y escribir todos los días anécdotas de mi vida. Dormir ocho horas y volver a empezar cada mañana. Ser un nuevo recuerdo de este gran recuerdo que es el respirar y hacer sudokus y crucigramas, que mejoran la memoria. Encender la luz de todos los pasillos de mi mente. 

Es mi meta. Los tips del final de página. 

Mi Cosmopolitan happy life.


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