Marcela Arza

Disfraz de felicidad

Se estira la carne. La estiro a golpes, con el martillo. Martillo que me regaló tu mamá para mi cumpleaños pasado. ¿A quién se le ocurre regalar un martillo que aplasta, golpea y machuca la carne? A mi suegra. A tu mamá. A la herencia que le vamos a dejar a nuestros hijos. O a nuestros gatos. A lo que sea que tengamos de valor, le dejamos una mujer que regala armas “de cocina” a su cuidado. Ese sentimiento. “Arma de cocina” cuidando nuestro futuro. 

Me preguntas si quiero un vermut y bailoteas hacia la heladera silbando la misma canción desde que nos despertamos. Haces un chiste con un chasquido de dedos y la cubetera de hielo. Le doy un golpe con resentimiento a la carne. Suena el timbre. 

Nora llega. Se seca las manos con tu remera. Tu papá se sienta, temblando dientes. Babea con los ojos desorbitados hacia el jardín. Tu mamá apoya el Termidor.

Mi cumpleaños favorito fue el de los nueve. Las hijas de los Parodi animaron la fiesta. Ambas estudiaban para maestras jardineras. Se llevan tres años de diferencia pero si las veías una al lado de la otra parecían gemelas. Siempre se vestían igual y en el pelo se hacían media cola con unos moños exagerados que eran su estilo. Fiorella y Antonella Parodi. Habían armado juegos de posta. En ese momento se veía mucho Feliz domingo. Uno de los juegos, era encontrar un anillo, con la boca, adentro de un bowl de harina. No se como nadie se ahogó. Después nos pusieron unos vestidos hechos con cartulinas y éramos reyes. Reinas. Todas nenas y mi primo. Hay fotos, donde estamos todas con coronas y brillantina. Disfraz de felicidad. Ese fue el último cumpleaños al que fue mi papá. Llegó para la torta de tres pisos que mi mamá le compró a las monjas. 

Cantó a los gritos y aplausos. Estaba extremadamente feliz. Y fui feliz por eso y fue mi mejor cumpleaños. 

Al mes se fue y no lo volvimos a ver nunca más. 

 Qué hermosa tenes la casa, me dice tu mamá. Sonrío y aseguro comer pronto. La carne está casi pegada a la mesada. Abrís el vino y haces un chiste con el vaso en la mano. Ya llegaste a la cara del mediodía. Medio picado. Medio dormido. 

Cierro el horno y espero. Tu mamá habla de una prima que vive en el Sur. La prima Dora. Que dejó todo y se fue. Que abandonó a sus hijos y a su marido. El horror con el que hablaba. Alarmada hablaba e inspeccionaba con su dedo el polvo de la casa. Te miré con odio. Te había dicho que limpies. 

Vos ya estabas allá, donde no llego. 

Limpié el martillo con el trapo. Tu papá intentó levantarse y ahí todos corrimos. Vos te agachaste tambaleando. Nora se movía con los brazos abiertos haciendo lugar al aire. Yo me acerqué con el arma en la mano, el martillo regalado. Despacio, fuimos los cuatro hasta el baño. Entraste vos y le vi la cara a tu mamá. Fue la primera vez que le vi esa cara. La primera y única.  Una tristeza estallido y la nariz se le puso roja de golpe. Me dijo: hay que dar vuelta la carne. Escuchamos cómo se cayeron dentro del baño. Vos te reías del pedo que tenías. Nora me miró y miró mi mano. Entendíamos las dos, que con sólo levantar con vuelo el brazo, manteniendo con firmeza el martillo, ese domingo sería  distinto. Y nos vimos viendo y analizando eso. Saliste del baño abrochándole el pantalón a tu papá que babeaba con los ojos cerrados. Tu mamá enfiló a la cocina y sin pedir permiso, se hizo cargo de la carne. Lo sentas a la mesa y abrís otro vino. Silbas la canción con más entusiasmo y  tu mamá canta. 

Yo no pude contener

Si crucé por los caminos

Como un paria que el destino

Se empeñó en deshacer

Si fui flojo, si fui ciego

Sólo quiero que comprendan

El valor que representa

El coraje de querer

Feliz domingo, y tomo el vermut aguado. 


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