Victoria Sarchi

Minado

Ahora es el momento de tener cuidado, extremo cuidado, pensaba Urriaga mientras, al mismo tiempo, se le caían y congelaban los mocos, justo antes de tocarle los labios. El viento austral, gélido y bravío le cacheteaba la cara una y otra vez, y tan fuerte lo hacía que le ralentizaba las ideas. Había garuado finísimo toda la noche y aunque a los ojos era imperceptible, el agua, lo había embarrado absolutamente todo. Cada paso era una posible caída, los borcegos gastados de Urriaga ya no se aferraban a nada y eso hacía la situación todavía más límite de lo que ya era.

Al lado suyo, todavía boca abajo y con las manos trémulas tapándose los oídos se encontraba Funes, la tensión de su cuerpo era tan grande que Urriaga no se animaba siquiera a rozarlo, tenía miedo que se echara a correr pero también quería avisarle de alguna manera que el enfrentamiento había terminado para que se relajara un rato, hasta el siguiente al menos. Urriaga chistó, medio entrecortado por miedo y por frío, pero chistó, entonces Funes se giró veloz en un solo movimiento y lo miró, tenía todas las extremidades apoyadas el barro, parecía una araña, una araña lista para salir corriendo. No, le gritó Urriaga exaltado y después le explicó susurrando: es un campo minado. Funes se dejó caer lentamente sobre su cuerpo, los brazos se le vencieron, si antes estaba tieso por la tensión ahora estaba por derretirse como una manteca sobre la montaña de barro en la que estaban escondidos, volvió a esconder su cara, esta vez entre sus codos y lloro. Funes lloró tan fuerte que hasta hizo eco en el vacío que queda entre lo bajo de la tierra y lo alto del cielo. Tanta congoja soltó que a Urriaga se le enredó la garganta entera. Perdón, soltó Funes débilmente, después de unos largos minutos y con la cara más limpia gracias a las enormes lágrimas que le lavaron hasta la frente. Está bien, dijo Urriaga con los mocos aún más congelados y con un poco de envidia a su compañero por haber podido evacuar las angustias con esa libertad. Ahora es el momento de tener cuidado, susurró, un solo paso equivocado y bum… A Funes se le llenaron los ojos de agua, frunció la boca con tanta fuerza, que podía sentirse el enojo de un país entero en esa sola mueca. Se ausentó por unos segundos mientras Urriaga lo miraba expectante, rogando que no tuviera otro acceso de llanto. Funes tenía la mirada perdida en un horizonte repleto con nubes densas y por donde apenas se colaba algún rayo de sol de vez en cuando.

¿Cómo se dice “me rindo”?, preguntó Funes.

¡No!, no, le respondió Urriaga visiblemente crispado y negando con la cabeza.

¿¡Cómo?!, re preguntó Funes con voz firme, gruesa y nada melancólica.

I surrender, murmuró Urriaga y desesperado siguió tratando de atraer la mirada de Funes a sus palabras, ¡Es un campo minado, Funes! Es un paso mal dado, uno solo y volás, te deshaces entero, en mil pedazos… sus palabras quedaron suspendidas en el aire, no pudo con esos ojos, Funes nunca más lo miró. Se despidió diciendo: No sé qué hago acá, no aguanto más, y salió corriendo a toda velocidad ¡Funes, vuelva! gritó Urriaga vaciando los pulmones y arriesgándose a ser descubierto. Funes no titubeó. Urriaga lo miró correr por unos segundos pero tuvo tanto miedo que se atrincheró acurrucado en la montaña de barro de espaldas a su compañero furtivo, el corazón se le aceleró y lo esperaba, ya estaba acostumbrado a esa taquicardia que le golpeaba el pecho a cada rato, cada vez oía más y más lejanas las firmes pisadas de Funes, Yo tampoco se que estoy haciendo acá, pensó Urriaga abrazándose a su escopeta inútil y justo cuando empezaba a incorporarse un estallido ensordecedor lo doblegó hacia al barro una vez más. Un chillido agudo se le metió en los oídos, y allí se quedó, se quedó para siempre… Con la cara contra el barro Urriaga repitió incesantemente: I surrender, I surrender, I surrender… una y otra vez, y a veces, cuando sopla fuerte el viento por allá abajo, todavía se escucha su voz.


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