Marcela Inda

Mareo

A veces la vida te pega un mareo…  No controlamos nada, es así.

Así le pasó, por ejemplo, a la chica Almodóvar que conocí el otro día. (Sí, esas cosas también pasan). Asistí sin pestañear a la función. Fue un espectáculo, como todos los buenos, irrepetible. Un despliegue maravilloso de hipérboles. 

Llegó agitando el aire alrededor, apareció de la nada.

El rimmel, un exceso, ya algo corrido después de un larguísimo día. De negro, y falda larga como sus piernas, con un tajo tan profundo como el escote.

Unos rasgos que cuentan una vida. 

Se sentó, pidió cerveza para todas y empezó a inundar la terraza con sus frases, sus ademanes, su mal-estar. Porque estaba mal, eso estaba claro, aunque ella no hacía más que afirmar lo maravillosamente bien que le iba, lo bien que había superado todo aquello que ya no le importaba… 

Era la primera vez que la veía y estaba fascinada por la forma. Sin poder concentrarme en el contenido, claro. Había empezado “en quinta”. Sin hacer, obviamente, ningún tipo de introducción, porque las demás están al tanto. Yo, en cambio, no tenía idea sobre quiénes hablaba, y ese estar afuera me hacía estar más adentro de la situación, por decirlo de alguna manera. Atenta a los movimientos de ese esqueleto, de esa estructura, que como un fuelle, alimentaba el fuego interno a base de tabaco y alcohol.

Nos trataba de convencer. Teníamos que leer ese libro que a ella la había iluminado. Había comprendido el mundo, su mundo, los acontecimientos. Había colocado las fichas en sus casilleros y ahora era capaz de explicar el comportamiento de todos. En especial el de él, que era ahora tan nítido, tan claro como el agua. 

Mientras tanto las demás bebían a largos tragos y fumaban. La escuchan o hacían de cuenta. Yo sorbía de a poquito mi cerveza y pensaba: tengo que retener estos textos. Sus frases son poesía, la envidia de dramaturgos y guionistas, cómo no la estoy grabando… 

En ese momento contaba que también estaba en algo así como un taller de colores, energías y elementos. Y allá también nos quería llevar. A mí me incluía aunque era una perfecta desconocida. Pero daba igual. En su autorreferencia 24/7 estaba encantada de tener oídos atentos. El público se renueva.

Y esa luz nocturna que emanaba podría haber continuado salpicando nuestra noche de verano. Pero no. Su mundo Almodóvar era todo menos estable. Y fue un mensaje. Sólo uno. Y fue el acabóse. De repente ya no podía armar su cigarrito con las manos temblando. El silencio nos resultó tan extraño entonces… No hubo poesía para nombrar eso que había roto el encanto. Se levantó diciendo que iba al baño. Y ya no la vi más. Logré entender que ese nuevo amante había huido como rata por tirante. Y allá iba ella, a guardar sus heridas de los ojos curiosos esta vez. 

Algo en su vulnerabilidad extrema me conmovió las tripas. Y me acordé de una noticia que leí hace poco: una pareja de suecos muere tras despeñarse de una muralla en Pamplona en plenas fiestas mientras cogían, distraídos y felices, ajenos al peligro.

Así las cosas. La vida te da un revolcón y ni te diste cuenta.


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Comentario sobre “Mareo

  1. Lea dice:

    ¡Muy fuerte! Es un texto que encubiertamente pone de manifiesto la fragilidad de la vida, del ser y de la muerte inesperada. Muy bueno, Marcela.

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