Victoria Sarchi

Providencia

Le pedí. Le pedí a la divina providencia un tiempo extra. Un regalo. Hinqué a mi alma, la puse de rodillas y le rogué con entera franqueza que me diera más tiempo, más momentos, más instantes de esos juntos. Yo, entera, era un enigma emocional sin resolver. Y no podía soportar la incertidumbre de su ausencia. La evolución de las cosas sin su presencia corpórea era una imagen que se hacía insoportable. 

Imaginé un aura con alas alrededor de mi cuerpo que salía disparada como un rayo a entregar mi mensaje. Varias. Varias auras envié, porque siempre agregaba un motivo más que justificaba, más hondo aún, el pedido. 

Nunca había querido tanto algo, nunca había querido tanto a alguien. Veía cómo irremediablemente el ciclo iba cerrándose y quería meterme por algún agujero. Quería el alargue a la clausura que sucedía igual, aunque yo no lo quisiera. Había algo que fallaba con el receptor de mis mensajes. No me explicaba qué podía estar haciendo mal si el empeño que ponía en cada pedido me dejaba sin fuerzas. Juraba, prometía, resignaba, ofrecía y sucedía la inversa, el tiempo se acotaba más y más. No me animaba a enojarme porque no fuera a ser cosa que por eso todo se volviera más súbito y precipitado. No me animaba… pero tenía unas ganas.

Insistí tanto, con tanto empeño, que mágicamente se abrió un portal y se mantuvo su presencia un tiempo más, pero algo ya no era como antes. Persistía pero no. Había mutado a algo que de repente me resultaba extraño. Desconocido. Como si hubieran dejado el envase pero cambiado el contenido. Ese contraste me resultó inesperado.Una cachetada dolorosa. Ahora quería pedir al revés pero me daba culpa. Sentí que había querido controlar lo incontrolable y ahora iba a sufrir las consecuencias. Ese era mi castigo por estar molestando, por estar mandando mensajes inacabables para interrumpir el curso de la naturaleza. Decidí parar. Dejar que la divina providencia manejara las cosas a su gusto.

El tiempo extra se volvió tortuoso, un sinsentido, un algo que no tenía que ocurrir. Inútil. Completamente inútil. Sólo había mutismo y malestares, había que asistirle con todo. Con el paso del tiempo, los otros empezaron a quejarse de la situación pero yo jamás emití sonido, ni opinión al respecto, estaba convencida de que todo lo que estaba pasando era obra mía.

No me quejé ni una sola vez de tener que quedarme a su lado despierta toda la noche. No pedí nada más. Que las cosas decanten solas, me dije. A partir de ahora no me meto en el medio. Borré el aura mensajera de mi cuerpo, le corté las alas para siempre y acepté los cambios, aunque no me gustaran. En una suerte de “modo de protesta” no cumplí con ninguna de las promesas, ni juramentos, ni resignaciones que hice mientras era capaz de entregar hasta lo que no tenía por un tiempo de más, ese que yo no sabía, ni esperaba, que iba a ser mágicamente concedido pero terriblemente inservible. 

Cuando él se fue, lo agradecí, sin ningún reproche, prometiéndome a mí misma no alargar nunca más las agonías. Diciéndome que todo lo que nace tiene que morir y que no hay mensajes que yo mande que puedan evitar eso porque muchas veces uno no tiene idea de las consecuencias y de la magnitud de lo que está pidiendo.


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Comentario sobre “Providencia

  1. Vero P. dice:

    Linda y cruda realidad la de los deseos o pedidos convertidos en realidad pero que no son como lo esperábamos o imaginábamos. Gracias Vicky por poner en palabras estas vivencias.

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