Marcela Arza

El amor se mira con luz led

Bajo la lámpara, con su luz manejada a control remoto, que cambia de colores como la respiración de tu guitarra, ahí estas. Sentado cantando temas de Charly y yo mirándote a escondidas de un corazón más roto y sacrificado. 

¿Hace cuanto no beso a nadie?, pienso, mientras tomo Fernet y esquivo mi mano del tabaco de la mesa. 

Sorprendiste agarrándome y levantándome de la silla. Me puse toda predispuesta al amor, al cariño, a una caricia siquiera. ¿Qué nos cuesta tanto? ¿Por qué no darnos el amor esquivo unas horas? vamos, dijiste, impulsando la salida. 

Me puse la campera, esperando. Te vi cambiarte la remera y cerrar la puerta del patio. Yo seguía esperando. Agarraste tus cigarrillos y me miraste pícaro. Vamos, repetiste y yo que esperando estaba, te seguí. 

El verano acompañaba una ciudad de bares repletos. Humo, alcohol, gritos, gente con ganas de más. El sexo flotaba y yo ahí seguía esperando, caminando atrás tuyo, de la mano de quien lleva. 

Entramos al bar más callado. Al fondo un sillón de cuero Chesterfield, con la palabra “Birreria” sobre la pared en luces led. La ambientación roja nos invitó y nos sentamos. Sacamos fotos acomodados como si ese fuese nuestro living. Posé para vos, esperando ser más que un retrato y vos esquivaste con un mensaje a tu celular. Todavía no fueron a la fiesta, me dijiste. Es que toda la noche dependía de la fiesta de Guido y Andy y de los compañeros del taller que iban para allá.  Sabía que para vos todo dependía de Mat y que para mí, un poco también. 

El bar de instalaciones modernas, a la vista de ser un lugar recién puesto, estaba callado. No había música que acompañe la noche. Afuera el calor se acoplaba en pequeños átomos de lluvia pesada. Charlamos en risas un rato. Fui al baño, un poco para chusmear como era y para mirarme al espejo. Acomodé mi flequillo cortado la noche anterior y me dije a los ojos que era mí noche, mi día, la vida era mía. Me di confianza en ese bar tan silencio. 

Volví. Esperamos juntos que alguien venga y nos atienda. Las luces led y su color rojo nos abrazaban. La lluvia afuera hizo protagonismo. Te mire la boca cuando viste el relámpago. Mordí mi labio con hambre de un beso. ¿Hace cuánto que no beso? Se acercó el chico de la barra, el tercero con nosotros, en ese lugar. El dueño, supusimos. Nos explicó que la metodología era pedir en la barra, que nos daba un botón que cuando se iluminaba podíamos ir a buscar el pedido y se fue, satisfecho de su forma. Te paraste, pediste la cerveza y volviste tentado. Los Rolling Stones aparecieron orgullosos en el ambiente por los parlantes colgados en las paredes. El bar se hacía bar, con lluvia afuera y “Birreria” iluminando nuestro, ahí, sillón Chesterfield. Te vi de perfil intentando cantar un inglés trucho y solo pensaba en darte un beso y abrazarte y enumerarte las veces que te pienso en el día.  Pero duró la canción como mi neurosis que sonó tu celular al mismo tiempo que el botón de la cerveza. Hiciste todo. Atendiste todas las llamadas.  Fuiste y volviste. Ahí viene Mat, dijiste y te sentaste al lado mío y te vi alejarte eternamente un poco más. Me sentí en un ocupado constante, un inalámbrico sin batería. Y la luz de la pared parpadeó junto a un trueno que retumbó el parlante. 

Y una noche más sin decirte que quiero darte mi mejor beso.


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