Victoria Sarchi

Florecerá

El mirar otros jardines fue crucial para iniciar mi búsqueda. La primavera estaba cerca y yo seguía sin ver florecer lo que había plantado, ni un pequeño brote nuevo se asomaba y lo que estaba no crecía, estaba detenido, sin dar nuevas flores, nuevas hojas, sólo sobrevivía y yo ahí estaba, constante, imparable, obsesionada buscando en internet la necesidad de cada planta, dando agua cuando era preciso, sin olvidarme un solo día y sólo conseguía que lo que estaba no se muera, que no era poco, pero por algún motivo no me era suficiente. Estas plantas no crecen y no me florecen las flores, me decía cada mañana al salir de mi casa.

Estaba empeñada en ver crecer las rosas, los jazmines, las fresias, quería tener flores, ya me había cansado sólo el verde de los cactus, enredaderas y suculentas, estaba necesitando más color, más variedad y quise buscar, empecé a comparar el mío con otros jardines más floridos, esa mañana me decidí preguntar técnicas, a saber qué era lo que estaba haciendo mal. La primera persona a la que me acerqué fue a Raquel, ella estaba saliendo de su chalet cuando la intercepté, iba trotando, vestida con su ropa de entrenamiento, le sonreí y miro hacía atrás, ¿A mí? -preguntó un poco incrédula. -le respondí, se ve que no me había visto los dientes nunca porque no paraba de mirarlos mientras le hablaba, No hago mucho, un fertilizante en el agua de vez en cuando y un jardinero cada tres meses que me espante los bichos, fue su respuesta. Deberías fijarte el estado de la tierra, agregó mientras se iba trotando por la calle principal. No parecía haberla entusiasmado mucho mi pregunta, fui más una molestia que otra cosa, ahí me di cuenta que debía interceptar a alguien que amara las plantas, Raquel, a simple vista, no parecía ser esa persona, pero sin dudas las flores y plantas la amaban a ella porque crecían alrededor de su casa vigorosas y vibrantes, había algo en concordancia con la apariencia de Raquel y su jardín que se me hacía visible y quise tener algo de eso. Seguí caminando unas cuadras y vi en la glorieta de Los Benitez un hombre pequeño con un sombrero de visera que recortaba la enredadera que la cubría con una tijera de jardín, mientras lo hacía, tarareaba una canción, me fui acercando de a poco y era como un canto de sirena, la voz más hermosa y dulce que haya escuchado jamás me acarició el corazón y sonreí automáticamente, el hombrecito  se dio vuelta y me miró, perdón, me dijo. ¿Perdón? respondí indignada, perdón tengo que pedir yo por interrumpirlo, el hombrecito se puso tímido. Estaba transpirado y tenía la cara llena de arrugas de dos colores, el surco era blanco y la piel que salía hacia afuera era tan morena como un grano de café, sus ojos hundidos me miraron curiosos. Le conté mi problema, me escuchó con oído atento, cuando terminé de hablar lo noté preocupado. No entiendo por qué te pasa eso, yo hago lo mismo que vos, agua, fertilizante, anti bichos y…bueno les canto, además les canto, pruebe cantando un poco a ver qué pasa. Voy a exterminarlas por completo si canto, pensé para mis adentros, pero puse una sonrisa falsa y le agradecí su consejo con confianza como si me acabara de dar una gran idea. Seguí caminando ya un poco resignada, vi un rosal de mi altura y me metí con la intención de cortar algunas flores para llevarme a mi casa, dejar en agua unos días y luego llevarlas a una tierra nueva, con fertilizante y pesticida que pensaba comprar… la primera espina se me clavó en la pantorrilla, y las sucesivas en el antebrazo, frente, espalda y perdí la cuenta… ya estaba en el lío, cada movimiento que hiciera era un corte asegurado, solo agarré dos flores y me quedé quieta unos minutos para que se me pase el picor de los rayones y así evitaba el dolor estando quieta. Ahí sumergida entre esas flores hermosas y sintiendo el aroma fresco y puro del rosal tuve una epifanía: Estar acá adentro hace metáfora con mi último amorío, si me quedo me duele, si me salgo también. Es mejor salir. Saliendo es como deja de doler. Y salí del rosal con un rayón en la cara. Salí ardida pero con una rosa en cada mano. Algunas gotitas de sangre caían de mis rodillas y cuando me disponía a volver sobre mis pasos y regresar a mi casa me crucé a Sarita. ¡Sarita! ¡Cómo no se me había ocurrido antes! Sarita tenía el jardín más variado y cuidado de todo el barrio, a ella tendría que haber ido directamente, en invierno tenía flores, en otoño, en primavera, en verano, siempre había algo vivo en su jardín siempre había un ciclo sucediendo alrededor de su casa. Me miró desde arriba, porque era muy alta, y con voz pícara al verme in fraganti, me preguntó qué había hecho. Lo puedo explicar, le dije con aire culpable. Sarita escuchó con amabilidad mi pequeña peripecia de la mañana, me aconsejó sobre cómo plantar las rosas que acababa de cortar, caminó conmigo unas cuadras hasta que me dijo: Estás haciéndolo bien, estás atenta a la necesidad de cada planta, cantar ayudaría, un jardinero de vez en cuando también pero en general estás haciéndolo bien, hay solamente una cosa que ninguno de los otros hace y vos sí, sospecho que eso es lo que te está complicando. Ahí detuve mi marcha, ¿Qué es?¿Qué hago yo? le pregunté. Volvé y preguntale a los otros si piensan que las flores y plantas de su jardín no crecen porque están haciendo algo mal, respondió Sarita tranquilamente. A veces es simplemente falta de confianza en que estás haciéndolo bien lo que impide crecer. Caminamos juntas hasta llegar a la puerta de mi casa. Seguro florece este jardín, sentenció Sarita saludándome con la mano, yo le devolví el saludo sacudiendo frenética una de las rosas que tenía en la mano, la miré irse hasta volverse chiquita mientras yo, a cada uno de sus pasos, me volvía más grande.


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