Por Tato Cayón
Caminó por el centro ida y vuelta unas cuantas veces. “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”, era lo único que se preguntaba. Si abría la boca, le salían esas palabras a borbotones, y si se quedaba en silencio, la pregunta era un martillito golpeando por dentro, incesantemente. Ese día le dolían los dedos. Le dolían, hinchados, a punto de explotar. Le dolían tanto las manos, ¡tanto! , que sin pensarlo, las cerraba en puño, como si así le pudiera dar unas cuantas trompadas a la vida. Es que la vida estaba siendo muy poco amable con su cuerpo.
Seguir leyendo