El cielo llora las mismas lágrimas.
Hay caso que de la fuerza de una garganta agotada
ni la amargura determina.
Y así pasan los años…
Seguir leyendoEl cielo llora las mismas lágrimas.
Hay caso que de la fuerza de una garganta agotada
ni la amargura determina.
Y así pasan los años…
Seguir leyendoBajo la lámpara, con su luz manejada a control remoto, que cambia de colores como la respiración de tu guitarra, ahí estas. Sentado cantando temas de Charly y yo mirándote a escondidas de un corazón más roto y sacrificado.
¿Hace cuanto no beso a nadie?, pienso, mientras tomo Fernet y esquivo mi mano del tabaco de la mesa.
Seguir leyendoLa nariz alargada, con la pera redondita. Nariz alargada y grande. Boca de labios finos. Está observando directo la puerta. Su torso, apenas, fantasea un brazo. La cortina de caireles ahí ya no me deja ver, la descuelgo y la apoyo en la cama.
¿Cómo no lo vi antes? ¿Cómo vivir con esa imagen sobre la puerta? Es tan real la cara, que me asusto y me subo a la escalera y con cepillo y lavandina, a las 3 de la mañana, rasqueteo la pared.
Seguir leyendoAbriste la ventana del living y todo se volvió de un naranja melancólico. Un instante de pasado, bajo mis Nikes verde fluorescente. Seguiste para las habitaciones del fondo. Abrías maderas que crujían, luces destellantes, en lo que había sido el Caserón de Caseros. Lo único que había, era el sillón de tres cuerpos cubierto con las frazadas de invierno. Las frazadas de invierno a cuadros en tonos verdes y azules. Las mismas de siempre. Las usábamos tres meses y las guardábamos en el placard de arriba, como reliquias. Las lavábamos a mano, al sol de la mañana y las guardábamos dobladas y correctas. Las mismas frazadas de invierno de siempre.
Seguir leyendoTe acompaño hasta la esquina. Nos miramos, nos abrazamos corto y fuerte y me decís: te voy a estar esperando. Te aprieto el mentón y te digo que fuiste lo más hermoso del último tiempo. Me doy vuelta y sin mirar atrás, camino apretando la cara para no llorar. Llego al departamento, me cambio y meto la ropa que había dejado secar, en la valija. Reviso el baño, la cocina.
Seguir leyendoYa se habían ido todos. El eco del bullicio seguía como constante a pesar de la casa vacía. Le pregunte si quería café, y apenas hizo gesto y se desplomó en la silla, con el cansancio de una vida entera. No podía decirle nada. El nudo en la garganta asesina los tímpanos, cuando no hay más nada que hacer, que solo tomar un café. Me senté al lado de ella, le agregue dos de azúcar y prendí un pucho. Había algunos vasos sobre el modular, marcado de un labial violeta. No recordaba quién había estado con ese color en la boca. Tampoco recordaba bien, quién había estado. Como que el día había pasado, da igual si latimos o no.
Seguir leyendoY acá me veo en la cámara del zoom, diciendo enérgicamente: fracasar es tener éxito, estamos para fracasar. La vergüenza no existe. Y tanto énfasis y tanta mano explicando todo. Y les veo las caras, cómo me miran y se preguntan, ahí, en su adentro.
Seguir leyendoNos juntamos en la casa de Nathi. Llegue y estaba Sonia en el sillón con la cara hinchada de llorar. Lucrecia apenas la vio le fue a dar un abrazo. Nathi me dice con señas que es el nene.
¿Lucas?, dije con terror.
Seguir leyendoFrené. Me miré al espejo y con el dedo corregí el maquillaje de mis labios. Vos seguías parado sobre el marco de la puerta. Tenías la mirada perdida hacia la cocina. Intenté decir algo. Intenté con mi voz y no me salió nada. Intenté con las manos y se enmarañaron solas.
Seguir leyendoUno de los últimos días de enero en Gesell. El día más caluroso del mes. El sol a pleno sobre las canchas de voley. Churros, barquillos y “lloren chicos lloren”. Mi viejo en la orilla habla con Eduardo. Se lo ve efusivo en lo que charlan. El puño de su mano lo demuestra. Mi vieja está sentada, leyendo uno de Stephen King. Tan fanática, que leía de 15 a 20 libros al mes.
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