Marcela Inda

Sobre ruedas

Cómo cambia la perspectiva. La manera de mirar. La mirada. Según lo que nos ande rondando la cabeza, según el run-run interno que nos esté carcomiendo en ese momento vital. Vemos o no vemos. Miramos esto o aquello.
Hace un tiempo, sin darme cuenta, empecé a mirar, mientras caminaba, por la ventanilla de los autos estacionados, al interior de los autos: más específicamente, la palanca de cambios: manual, manual, manual… Igualito que un obsesivo cuenta los postes de luz, o las patentes pares, yo chequeaba vehículos, buscando mi automático. Sin querer queriendo.

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Marcela Inda

Acto fallido

Tuve mi primer acto fallido en euskera. O sea, el primero que registré.
Me di cuenta de mi fallido, de cómo el inconsciente se me coló en el lenguaje, por primera vez en esta lengua que habito ahora.
Escribí un mensaje y puse una “z” en lugar de una “s”. Sólo después de mandarlo me di cuenta. Un buen rato después. No daba borrarlo. Hubiera sido peor.

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Marcela Inda

Amores como el nuestro

Amores como el nuestro cada vez hay menos… En los muros casi nadie pinta corazones… Ya nadie se promete más allá del tiempo… Un amor como el nuestro no debe morir jamás…

Los Charros sonaban en la radio desde algún rincón de la cocina. El dial olvidado en la am local. La cumbia insistente, una tras otra. No había programa, las noticias habían pasado hace rato. A la hora de la siesta no quedaba nadie, ni en las calles ni, se ve, en la radio. Sólo un compilado de cumbias, que otro día la hubieran hecho tararear un poco, cantar los estribillos… Pero hoy no. Planchaba masticando bronca.

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Marcela Inda

Tarde o temprano

Soñó que llegaba tarde.

Y a pesar de las prisas, no podía dejar de hacer un montón de cosas que se suponía que tenía que hacer antes de salir. Y entonces cada vez llegaba más tarde, como en una película en la que no hay escapatoria. 

La sensación de estar dentro de un mecanismo del que, por más esfuerzos que se hagan, no se puede escapar, porque hay una fuerza superior que nos arrastra en una dirección y allá vamos. Tarde, muy tarde. Y nadie la ayudaba. Enredada. La acción más simple le era costosísima: vestirse, comunicarse, avanzar… El barro del que está hecho el suelo de los sueños, su carácter trágico… El pathos ineludible.

Se despertó.

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Marcela Inda

¿Dónde vivís?

Recorro la ciudad en transporte público. Voy y vengo. Bondi. Tren. Subte. Una línea y otra. La vida en movimiento. Llevo y traigo. Subo, bajo. Hago combinaciones. Conozco nuevos barrios. Llevo veinte años viviendo en esta ciudad y todavía hay calles por las que nunca pasé. Me gusta por momentos sentirme un poco perdida. Como si fuera una extraña en mi propio lugar. Después el bondi vuelve a la avenida y me ubico. Trazo líneas imaginarias en un mapa mental que se hace cada vez más amplio, detallado y enredado.

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Marcela Inda

De casa al trabajo (y del trabajo a casa)

De mi casa al trabajo (y del trabajo a mi casa), la mayor parte del camino voy al lado de un río, el Oria. Me contaron que hace años era el río más contaminado del país (¿cuál país? Bueno, eso lo dejo para otro día). Parece que las industrias (papeleras que abundaban, por ejemplo) vertían sin control sus porquerías y no vivía nada en esa podredumbre. Ahora la situación es muy otra, el Oria que yo conozco tiene peces y pájaros, buena señal.

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Marcela Inda

Gris plomo

Me gusta el color del cielo antes de que llueva. Justo antes. 

Gris plomo. 

Y esa luz, que todo lo tiñe de una claridad incandescente. Tensa. Dura sólo unos segundos en su mayor intensidad. Luego, descarga. Y aquí no ha pasado nada. 

La previa me gusta. Esa incertidumbre-tensión-incandescencia. Como si el sol se resistiera detrás de esas densas nubes, haciendo un descomunal esfuerzo para… 

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Marcela Inda

Con las cartas no se juega

Con las cartas no se juega- dijo, de golpe, juntando el mazo disperso. Lo envolvió cuidadosamente en el pañuelo de seda, y lo guardó en el bolso, apagó la vela, todo en dos segundos. 

Se hizo un silencio suspendido. Estaban los que habían entendido, o intuido, y los que se habían perdido hace rato y ahora miraban inquisitivamente a Mariela, a Jordi… esperando alguna traducción del genio de Elena, que parecía haber cortado el mambo sin motivo.

-Paso al baño -le dijo a la dueña de casa, como pidiendo permiso. Dio unos pasos, y se volvió. Manoteó el bolso y se dirigió al pasillo. 

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Marcela Inda

Balcón

Se levantó, y corrió al balcón. 

Casi. Casi. Pero no todavía. No faltaba nada. Se abriría de un momento a otro. Y ella estaba atenta. 

Era como si sintiera ese latir dentro suyo. De alguna manera visceral se unía a esa vida pequeña, ínfima, sintiéndose ella también a punto de florecer. 

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