Marcela Inda

Una mano

Algo hermoso les pasó a los vascos en 2022: la mano de Irulegi. Se trata de una pieza arqueológica que encontraron en unas excavaciones que hay en Irulegi (Navarra), una lámina de bronce con forma de mano extendida y con inscripciones en euskera, que datan del S I-II a.C, cinco palabras en cuatro líneas. Lo que pudieron descifrar hasta ahora es una de esas palabras: SORIONEKU, que sería “zorioneko”, dichoso/a, afortunado/a, pariente de zoriontsu, de zorionak… Una mano que habla de la felicidad, de los buenos deseos, de la buena fortuna. 

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Marcela Inda

Portarretratos

Hay acciones que, por pequeñas que sean, denotan un cierto “instalarse”, hacer pie en una casa, e ir volviéndola un hogar. Por ejemplo, poner fotos, cosa que hice ni bien llegué el año pasado a Ordizia. Las coloqué casi casi como las tenía dispuestas en Yerbal: colgadas con brochecitos de colores en un alambre finito… Los niños, las amigas, la familia, lindos momentos, inolvidables, inmortalizando las sonrisas.

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Marcela Inda

Aquasol

Nos organizamos y fuimos.

Planificamos la diversión.

Pagamos la entrada y leímos las instrucciones. 

(Asumimos las consecuencias)

Adultos responsables, preparados para la batalla del juego.

Fue calzarse el traje (de baño), y salir al ruedo.

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Marcela Inda

Elkar/Entre

Le hizo un lugar. Se corrió un poquito, no mucho. Y es que quería tenerlo cerca, sentir esa cercanía, su temperatura, sus sonidos involuntarios, su ir y venir cotidiano, su vivir ahí, al lado. 

Si le dejaba mucho lugar, demasiado, entonces sería como alejarse. O desaparecer, dejar de ser ella.

Si quisiera ella ocuparlo todo, ser sólo ella, respirarse todo el aire, entonces él no tendría cómo vivir ahí.

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Marcela Inda

Ya no le temo a los murciélagos

Pánico les tenía. Era de esas cuestiones irracionales. E incontrolables. Ver (o intuir) uno aparecer y bloquearme. Ser capaz de meterme debajo de una mesa, como una niña pequeña, taparme la cabeza con las manos como si eso equivaliera a desaparecer, y no salir hasta asegurarme de que el asunto estaba controlado, o sea, hasta estar cien por ciento segura de que el bicho inmundo había sido expulsado del recinto (y/o muerto in situ).

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Marcela Inda

Ese domingo

Se sentó.

Había elegido un ángulo que le permitía junar su puerta sin esfuerzo, como quien no quiere la cosa. No se lo confesaba, pero sus tripas le hacían hacer cosas que consideraba reprobables en otros. Como ese domingo. Que se las arregló para encontrar una excusa y sentarse casi frente a su puerta. En ángulo. En ángulo perfecto.

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Marcela Inda

Descafeinado

Unos segundos antes de que suene el despertador Eric abrió los dos ojos con obediencia civil, sin pereza. Desactivó la alarma, se puso en pie. Sin hacer el menor ruido, para no molestarla, dejó el lecho y se dirigió al baño. Se higienizó con pericia y tomó su primer antiácido del día, junto con otras píldoras de colores que prometían activar sus sistemas y mantenerlo alerta. Sus prendas planchadas, nuevísimas, lo esperaban en el vestidor. Chequeó: llaves, teléfono, mascarilla. Al pasar junto a la puerta, se desinfectó las manos en el dispenser y salió.

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Marcela Inda

Mareo

A veces la vida te pega un mareo…  No controlamos nada, es así.

Así le pasó, por ejemplo, a la chica Almodóvar que conocí el otro día. (Sí, esas cosas también pasan). Asistí sin pestañear a la función. Fue un espectáculo, como todos los buenos, irrepetible. Un despliegue maravilloso de hipérboles. 

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Marcela Inda

Lo que hago sin darme cuenta

Lo que hago sin darme cuenta

Alguien me dijo: 

-Me encanta escucharte cantar. 

Y me sorprendió. Porque yo no estaba en un escenario, frente a un micrófono o rascando la guitarra en modo fogón. Tampoco estaba bajo la ducha entregada al público invisible de los baños cotidianos. No, nada de eso. Simplemente estaba trabajando, llevando cosas de un lado a otro, en un mecánico ir y venir, vaya a una a saber por dónde iban mis pensamientos. Y se ve que mi voz recorría el lugar con alguna melodía. Sin darme cuenta.

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Marcela Inda

Crónica de un sendero

Hay ausencias que piden una disculpa. Hay silencios de los que esperamos explicación. Y hay caminos que merecen un relato. 

Resulta que una nueva tarea me lleva al corazón del Goierri, a un rinconcito verde, muy verde, en el límite entre Gipúzkoa y Navarra. Ataun mítico, euskaldun, de cuento. Y me prestan una bici, hermosa, con canasto y todo, para poder llegar, y, sobre todo, para poder volver, porque el transporte público no se caracteriza por su frecuencia. 

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