Victoria Sarchi

Tiesa

Su cachetada me dejó sorda. La palma sobre el cachete, los dedos contra el oído, todavía retumba el zarpazo que me entregó feliz, como si yo lo hubiera pedido. Me sentí tiesa, como si me hubieran puesto en pausa desde algún control remoto universal que alguien con un aburrimiento mortal maneja desde alguna casa cercana. Una rojez que se asoma poco a poco por mi cara como manchas de petróleo en un mar turquesa.

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Victoria Sarchi

Florecerá

El mirar otros jardines fue crucial para iniciar mi búsqueda. La primavera estaba cerca y yo seguía sin ver florecer lo que había plantado, ni un pequeño brote nuevo se asomaba y lo que estaba no crecía, estaba detenido, sin dar nuevas flores, nuevas hojas, sólo sobrevivía y yo ahí estaba, constante, imparable, obsesionada buscando en internet la necesidad de cada planta, dando agua cuando era preciso, sin olvidarme un solo día y sólo conseguía que lo que estaba no se muera, que no era poco, pero por algún motivo no me era suficiente. Estas plantas no crecen y no me florecen las flores, me decía cada mañana al salir de mi casa.

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Victoria Sarchi

El custodio (teatro fantástico)

Un bosque de árboles muy altos. Todavía hay luz, pero está a punto de caer la noche, estamos bajo una tormenta eléctrica que emana rayos plateados e intermitentes antecedidos por un ruido de redoblante filoso, metalizado como si volaran cuchillos en vez de rayos. Germán (13) está parado inmóvil frente a un agujero de una redondez perfecta, es poco profundo y sale de él una leve humareda que ni el torrente de agua que cae logra apagar del todo, lleva una campera de lluvia y una gorra colorada, cada vez que respira empuja el agua de lluvia que le recorre la cara. Está en una especie de trance.

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Victoria Sarchi

El sombrero

Colgó su sombrero en el perchero con tanta rabia que hizo tambalear unos segundos sus patas seguras y robustas de madera maciza. Descubrió en este acto su pelo blanco, enmarañado por el sombrero y la humedad, lo gobernó un poco con sus manos, moviendo los mechones que tapaban su frente en dirección a la nuca, dejando ver así unas incipientes entradas y tomó un largo sorbo de aire.

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Victoria Sarchi

Pirañas

Pateó rabiosamente lejos un cascote de piedra con la punta del dedo gordo y aunque no hizo ningún gesto con su cara se podía entrever que le dolía. La humillación del arrebato, del forcejeo, del despojo de lo propio… también dolía el dolor físico en su pie, me imaginaba al verlo como a la sangre le estaría costando circular por su dedo gordo y le dolía pero menos, mucho menos, se notaba en sus labios trémulos que lo que más le dolía era la violencia, la suya y la de los otros. Los ojos los tenía en un estado bastante border, no decidían si inyectarse en sangre de la bronca o si dejar salir lágrimas de angustia. Yo miraba todo desde la parada del colectivo y no hice nada, ninguno de los que estábamos en la fila hicimos nada. 

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Victoria Sarchi

Providencia

Le pedí. Le pedí a la divina providencia un tiempo extra. Un regalo. Hinqué a mi alma, la puse de rodillas y le rogué con entera franqueza que me diera más tiempo, más momentos, más instantes de esos juntos. Yo, entera, era un enigma emocional sin resolver. Y no podía soportar la incertidumbre de su ausencia. La evolución de las cosas sin su presencia corpórea era una imagen que se hacía insoportable. 

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Victoria Sarchi

Un adiós imposible

No tengo ganas de mirar a nadie, ni de empezar ninguna conversación, ni de cruzar una sonrisa, o un comentario, nada. Quiero que me traten como si fuera invisible, inexistente, como una sombra confusa. Lo que quiero ahora es no importar, que no me tengan pena o piedad, ojalá no estuviera acá. Pero mis deseos no son escuchados y estoy siendo apabullado con abrazos, cacheteado con caricias y ensordecido con sentidos pésames. 

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Victoria Sarchi

Ardida

Tenía una lona de colores flúo. El deck estaba tan caliente que sentía la lona derretirse sobre mis huesos. El sol me entraba por los poros de lleno. Estaba empecinada en aguantar una hora al menos para tener un tono menos mortuorio y que el vestido que iba a usar a la noche me quedara más galano.

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Victoria Sarchi

Las casas

Mi primera casa no es un recuerdo mío. Es un recuerdo de otros, para ser más exacta es el recuerdo de mi madre, de mi padre y de mi hermana mayor. Todos los que vinimos después, creemos que nos acordamos de algo pero no es verdad. Calle Hipólito Yrigoyen entre Luis Sáenz Peña y Virrey Cevallos. Congreso. De afuera sé cuál es, un edificio rojo, muy rojo, sí, tiene tanto rojo que parece un ladrillo gigante. Está exactamente en la mitad de la cuadra. Y durante muchos años de mi adolescencia le pasé por enfrente sabiendo que ahí empezó todo pero no lo construyo desde adentro. Intento, porque me jacto de que tengo mucha memoria. 

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