Victoria Sarchi

La menor

Puso sus dos pulgares en cada uno de mis ganglios del cuello y me dijo, respira y larga el aire despacio. A mí me daba un poco de nervios pero siempre hacía todo lo que me decía. Ella era algo así como la dueña de mi voluntad porque yo no quería más que agradarle todo el tiempo y por eso le decía que sí a todo. Me estaba entregando ciegamente al “juego del desmayo”, me había puesto en sus manos para divertirla, para ser por un rato parte de su mundo, mundo del que toda hermana menor quiere ser parte, un mundo que se le retacea la mayor parte del tiempo.

Estaba emocionada porque estábamos haciendo lo mismo que hacía con sus amigas, sus amigas más grandes, chicas de secundaria, como ella, y yo estaba nerviosa pero también feliz de estar al nivel de “amiga” por un rato y no de lastre, como era costumbre. A la tercera respiración con sus dedos apretando mis ganglios entré en un sueño profundo, desapareció mi hermana, nuestro cuarto, la noción del espacio, del tiempo… recuerdo irme a negro y despertarme con un fuerte cachetazo que llevaba mi nombre. ¡Sabrina! escuché gritar a su voz grave y desperté. Cuando la mire, estaba muerta de risa sobre una de las camitas de la habitación, yo estaba completamente desconcertada, mareada y algo asustada pero para congraciarme con ella, sonreí. 

-¿Qué viste? me preguntaba interesada y tentada al mismo tiempo. 

-Vi un muñeco, un muñeco peludo que bailaba, contesté. 

-¿Que bailaba como?, preguntó. 

Despatarrado, le dije. 

– ¿Despatarrado?, volvió a preguntar.

Así, y entonces bailé imitando esa imagen que me había venido mientras estuve desvanecida.

Sí, así, así bailaste recién, dijo.

Mi hermana se volvió a reír a carcajadas y yo me sentí satisfecha, tenía el pecho inflado, estaba contenta de haber hecho un gran trabajo como amiga suplente.

Esa misma noche, durante la cena, mi mamá me mandó a buscar la soda para llevar a la mesa, fue entonces, en ese trayecto que hice el paso despatarrado que había visto en el juego del desmayo para tentar a mi hermana, funcionó y esta se empezó a reír pero Mariana no fue la única que me vió hacer esa payasada, mamá también y preguntó, ¿Qué es eso? entonces fue que a borbotones empecé a contarle lo que habíamos hecho y mientras lo hacía la cara de mamá se iba transformando, empecé a percibir que algo no estaba bien, miré a mi hermana y solo miraba el suelo, cuando finalmente nuestros ojos se cruzaron me miró con un odio que me dio hasta miedo. Mi mamá se levantó, la agarró del brazo y se la llevó al cuarto. Yo me quede sin entender nada, miré a papá para ver si él entendía algo y me lo explicaba pero estaba muy compenetrado mirando la tele y masticando pan. Mamá volvió sin Mariana, se sentó y mientras se ponía la servilleta en las piernas me dijo:

Y vos, no hagas todo lo que te dice…casi te mata.

Fue un juego, le dije en voz baja.

Eso no es un juego, ya se lo expliqué ayer y lo hizo de nuevo igual…

Y yo tragué con una angustia inmensa el último pedazo de milanesa que me quedaba.

No solo que se me acababa de romper el corazón en mil pedazos, si no que estaba en un enorme problema. Tenía que compartir el cuarto con mi asesina, esa que aparentemente ya quería matarme cuando ni siquiera estaba enojada conmigo, no quería imaginarme la represalia que se me iba a venir ahora que me estaba odiando. Se me llenaron los ojos de lágrimas, me sentí miserable, es que a veces es muy difícil la labor de ser la hermana menor.


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