Marcela Inda

Los 5 o la Obscenidad de los Cables

Son cinco alrededor de una mesa. Para mí ya tienen nombre. Son:

El telefonista.

El joven director.

El skinhead.

El dj del Oeste.

El taxista.

Improvisan. Eso dicen.

Pero no sé cómo va la cosa.

Salvo el joven director, los demás no se miran.

Está cada uno en su mundo de botones, cables y lucecitas de colores. Fascinantes las lucecitas. Como las del auto fantástico. Suben y bajan en escalas.

Cada quien con sus juguetes. Tecnología de punta.

El dj del Oeste tiene un chiche muy precioso que me hace acordar a una suerte de ta-te-tí que teníamos en casa y que se jugaba metiendo fichas redondas en agujeritos y formando líneas, cada quien con su color. Además, tiene una especie de teclado mini mini también lleno de colorines que bailan al ritmo del pum-pum-pum-pum-pum.

Sólo lo veo de espaldas: camiseta negra y pantalón cargo, anillos en todos los dedos… Podría estar pasando música en un boliche de Haedo. Perfectamente.

El taxista tiene pinta de no haber dormido en años. Begizuloak. Ojeras para dar y regalar. Musculosa que deja ver sus brazos tatuados y su panza de birra. Ahora parece que mira. A los demás, digo. Como levantando la vista desde una pereza fenomenal…

Mi preferido es el telefonista. Quizás es por su gran parecido a mi amigo Jif. ¡Es igual! Quizás es por esa obscenidad de cables, que cada tanto desenchufa de un lado y enchufa en otro como una auténtica “chica del cable”. Su central telefónico-musical es hipnótica. 

Enfrente de él está el skinhead. No le capto la onda aún. Sus juguetes no son en apariencia los más vistosos. Y tampoco parece estar tan por la labor. Algún movimiento rítmico de la cabeza … Algún destello de un pequeño entusiasmo. Llevamos ya una hora y 20 minutos acá. Y por suerte ya mira más que al principio. Al joven director mira. ¿A quién si no?

El joven director suda. Bebe y suda. Se pone y se saca los cascos. Baila. Mira. Se ensaña con sus botones. Con sus perillas. Da indicaciones. Inventa un sistema de señas que andá a saber si se las entienden. Está en la cabecera de la mesa pero es más que una posición en el espacio. Es una manera de ocuparlo. Porque sin duda es quien más pone el cuerpo. ¿Será la juventud lo que le da eso? O será lo que consume. O será que es así.

El clon de Jif toma agua de su botellita con la tranquilidad de quien pasea el perro un sábado a la mañana. 

Mientras, alrededor de esta mesa particular, un medio centenar de personas se mueven un poco, miran otro poco, beben otro tanto.

La intensidad sube y el joven director intenta arengar al público a hacer palmas pero no lo consigue. Todavía no estamos ahí.

Al fondo, series de imágenes se proyectan en una pantalla. Tienen momentos fauve, zonas más pop, comic y hasta reminiscencias del test de Roschard.

Y las luces de Iban, claro. Porque esto sin luces no es nada. 

Acabo de caer en la cuenta de que el joven director es también quien distribuye bebidas. A su lado, unas birritas frescas y unos botellines de agua a piacere.

Y la intensidad vuelve a subir y en el rostro del telefonista se dibuja una sonrisa. Todo un mundo se abre. El joven director se entiende con él. El skinhead ahí también parece comunicarse. Y bebe su agüita.

¡Ah! Cómo no mencionarlo: el entusiasta. Joven. Veintitantos. Bigote canchero. Corte de pelo “Pedro el Escamoso”. Y no ha parado de bailar desde que llegó. Con su birrita en la mano. Va cambiando de zona. Pero no para de bailar. Lo está dando todo. Tiene ahí un socio, un amigo de pelu, con unas mini rastas atrás, o algo así. Y ambos están dale que dale.

El público circula alrededor. Se mueve un poco en el lugar. Bebe. Charla. Hace fotos y videos. Esto en las redes garpa un montón.

Jif pega distorsión. Ríe. Y es como un tio jugando con perillas de colores.

Tengo sed. Y qué bien me vendría un sillón ahora mismo. Sería la felicidad.

El taxista intercambia palabras con una chica del público que le dice algo. Le toca la cara. Definitivamente es de otra época.

Los amigos de la pelu tienen otro amigo, también con bigote y peinado particular, cómo no, que saca fotos con una cámara analógica (sic). Busca ángulos. Se acerca. Y clic.

Las imágenes se suceden. Ahora vemos una ciudad desde la ventanilla de un tren que se parece a una tele de hace mucho y ahora esa pantalla son un montón de pantallas. Todo naranja. Negro y naranja. Y un cielo nublado. Y el viaje que es movimiento. Y haces de luz en el vidrio. Más naranja.

Falta poco. Esto se acaba. Las luces parecen anunciarlo saturandose.

Ahora todos parecemos vestidos de negro. Aun quienes no lo estamos. El taxista inmutable. El clon de Jif y sus últimos retoques. El joven director tirando su magia con dos perillas. El dj de Haedo juega con su mini teclado. Y la peña estalla en un uoooo!

Pienso que mi figura no pega nada con todo esto. Nada de nada.

Y lo pienso ahora que veo que del otro lado de la mesa, justo enfrente mío, alguien hace un video en el que seguro apareceré. Así es la vida. Extraña como estar un jueves cualquiera en una impro de música electrónica.

Unos astronautas desde la pantalla. Platos voladores invaden un mundo verde fosforescente.

Se acaba. Se acabó.

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