Marcela Inda

Sobre ruedas

Cómo cambia la perspectiva. La manera de mirar. La mirada. Según lo que nos ande rondando la cabeza, según el run-run interno que nos esté carcomiendo en ese momento vital. Vemos o no vemos. Miramos esto o aquello.
Hace un tiempo, sin darme cuenta, empecé a mirar, mientras caminaba, por la ventanilla de los autos estacionados, al interior de los autos: más específicamente, la palanca de cambios: manual, manual, manual… Igualito que un obsesivo cuenta los postes de luz, o las patentes pares, yo chequeaba vehículos, buscando mi automático. Sin querer queriendo.

Porque andaba en esa pesquisa, que en general era calificada de quimérica, debido a mi presupuesto acotado y la inexistencia del objeto de mi deseo en las proximidades. Pero yo, erre que erre. Mi amiga Vicky había iluminado la oscuridad llena de temores con una palabra mágica: automático. Y yo no iba a parar hasta dar con algo así.
Es que Euskal Herria es una pendiente, un camino de montaña. Y será algún miedo atávico, primitivo, o será lo que será, pero quería liberarme de ese terror a caer para atrás. Sacarme de encima el estrés de que se me pare el auto. Ya tendré que lidiar con otros tantos motivos de estrés al manejar… Uno menos, por favor. Quería agarrar el volante, ya.
Y activé. La mirada. La búsqueda. (El modo ahorro lo había activado hace mucho rato). Y encontré, y firmé y pagué. Y ahora resulta que tengo un auto. Automático. Me ayudaron, muchísimo. Sola no hubiera llegado ni a la esquina. Estuvieron ahí creyendo que podía lo que yo misma pensaba que no. Y agarré el volante, y avancé. Con dudas, pero avancé. Dicen que me falta acelerar. Obvio que tienen razón. Lo voy a ir logrando.
Llegó en la víspera del 1 de agosto, así que es La Pacha. Así, con artículo. Puse en su interior la brújula de mi abuelo, para no perder el norte. Y fuimos a Lizarrusti, por un caminito de curvas y contracurvas entrando en el Aralar, bosque de hayas y robles, Euskal Herria verde, ama lurra, Pachamama. Ahí, un trago de patxaran como ofrenda, y no hizo falta nada más.
La Pacha es pequeñita, de un tamaño que siento que puedo incorporar, calcular. Ya nos vamos conociendo. Este fin de semana me llevó a Oroz Betelu. Y fue gran aventura gran, por autovías, autopistas (que acá no es lo mismo), carreteras y caminos. De todo un poco. La emoción de llegar por mis propios medios al pueblo de papá. Algo así como ser parte de las vueltas de la vida, incomprensibles, que se tejen más allá de las voluntades individuales. Volver ahí, a estarme un rato con los patas en el Irati.
Ahora desde el balcón, cuento, sin darme cuenta, los camiones que pasan por la Nacional 1. Son los que me atormentan, los que tendré que adelantar, los que pueden obstaculizar mi salida a la autovía… Nunca me había dado cuenta de que pasaban tantos. Por suerte, voy cambiando de obsesión. Y ahora empezaré a mirar dónde hay estaciones de servicio, radares de velocidad, peajes… O sea, cosas que nunca juné, y que ahora sería conveniente que tenga presente.
¡Que empiece la temporada de recitales, fiestas, playita y demás planes por el estilo! ¡Allá voy!

Standard