Nos organizamos y fuimos.
Planificamos la diversión.
Pagamos la entrada y leímos las instrucciones.
(Asumimos las consecuencias)
Adultos responsables, preparados para la batalla del juego.
Fue calzarse el traje (de baño), y salir al ruedo.
Observando qué hace la gente, el sentido de la circulación, las reglas de ese universo.
Regla número
Uno: No intente comerse el mundo ni desnucarse ni bien comienza.
1,2,3… y largamos.
Nos largamos.
Del más bajito.
Así, para empezar.
El sol, el agua fría, las primeras cosquillas.
Como en comer y en rascar, todo es cuestión de empezar.
Ahí, uno un poco más alto,
Otro, un poco más rebuscado,
Y más allá, uno que fue probarlo y volverse adicto: en muy pocos segundos, una velocidad totalmente fuera de control.
Salías despedido sin entender nada.
Y del cuerpo se escapaban alaridos de algo parecido a la felicidad.
Soy una forma aerodinámica y me dejo caer en la pendiente con el agua que me lleva.
Regla número
Dos: La cantidad de adrenalina que se genera al descender por un tobogán será directamente proporcional a la cantidad de peldaños que se suben para tal fin.
Tengo que subir
Para bajar
Tres: el disfrute es tan intenso como breve, fugaz…
Como un torbellino que no cabe en el cuerpo sintiente.
Lo que apenas vino ya pasó, ya se fue.
Ganas de reír.
El cuerpo ríe su sinrazón,
Está tentado,
No puede parar,
Pide más.
A seguir subiendo.
Y por allá se intuye la número
Cuatro:
Hay una dosis.
Más allá, es intoxicación.
Nos llenamos de esta felicidad del cuerpo.
Y él nos dice basta. Pará un poquito.
Encontramos un tope.
De gula, nos deslizamos una vez más por los preferidos.
Y miramos de lejos al más alto. Es vertical. Aterrador.
No queremos pasarla mal.
Esto, así, estuvo más que bien.
Y reconocer lo suficiente nos hace reír de nuevo.
Nos sobra adrenalina en sangre.
Hay risa para rato.