Marcela Inda

Mañana helada

Mañana helada. Helada en serio. Blanco el pasto. Blancos los rincones de la vereda. Entró y puso la estufa al máximo. Fue derecho a la cocina del fondo a calentar el agua, mientras calculaba cuánto tardaría en templarse el ambiente que era ahora más grande que nunca. Volvió al local, y empezó a sacarse capitas: la campera, los guantes… La chalina no, todavía no. 

Miró alrededor. El poco sol que había y el Orbis tiro balanceado iban condensando en la vidriera, muy de a poquito. Era un poco desolador lo que veía, tenía que admitirlo, pero no quería. Había pensado opciones para hacer uso de todo ese espacio que le había quedado libre desde ayer. Sí. Lo iba a usar. Era de ella, al fin y al cabo.

Miró a la izquierda y vio el desorden del fin de jornada del día anterior. Primero lo primero. Agarró la escoba y barrió los pelos entre las sillas. Hace ya… y… unos veinte años debe hacer. A ver… Calculó. Sí, veintiun años hace que puso la pelu. Y siempre fue ella la que hizo todo. La que atendió, la que hizo las compras, y también la que limpió. No se le iban a caer los anillos por seguir haciéndolo. Juntó con la pala. Y volvió a mirar a la izquierda. Ni un perchero había dejado la muy hija de puta. 

Pensar que la había ayudado a armar todo con tanto cariño cuando empezó, con tanto desinterés. Porque la misma loca que ayer se había despachado en insultos denigrantes, había llegado con una inseguridad inmensa hace seis años a pedirle ayuda. A rogarle, prácticamente, que la dejara exponer sus pilchitas en algún rincón de la pelu. Y ella, siempre confiada y generosa, ¿qué iba hacer? ¿Cómo se le dice que no a una cuñada? ¿Cómo se le niega ayuda a alguien de la familia? No hay manera. Y le prestó guita, y le hizo lugar. Y fueron de compras y pensaron juntas de qué color… cómo, dónde, qué…

Y hubo un tiempo de armonía. Venía una clienta a la pelu y se copaba con algo que veía en los percheros. Entraba alguien a probarse y decidía cortarse el pelo. Beneficio mutuo. Siempre algo de música en la radio, siempre los mates haciendo compañía. Y la familia.

La familia en equilibrio inestable. 

Entró en calor, ahora sí se sacó la chalina. Prendió la radio. La misma radio vieja de hace mil años. ¡La muy guacha intentó llevársela! Ahí ella se sacó, era demasiado. 

El agua del mate, otra vez se le había hervido. Fue al fondo. Llenó el termo. Le agregó fría. Armó el mate. Y escuchó la campanita de la puerta. Miró el reloj. Qué raro tan temprano… ¿Zulma? Si el turno era a las 9…

-¡Holaaa!

Se asomó. 

-Venía a buscar unas remeras que le había encargado a Valentina la semana pasada… ¿Qué pasó? ¿Dónde está? ¡Es como si hubieran pasado la aspiradora!

Sonrió haciendo una fuerza descomunal y dijo alguna palabra amable, o eso le pareció. Cuando la puerta se cerró cayó en la cuenta de que iba a tener que sonreír muchas veces más sin tener ganas en los próximos días. Y pagar facturas, y cortar clavos con los abogados, que nunca eran del todo de fiar. 

Lo de ayer había sido un desastre. Como un vómito gigante, una erupción volcánica, un terremoto después de cual no queda nada en pie. Eso lo sabía con la certeza que da lo que más duele: hermano, sobrinos… No se imaginaba cómo zurcir ese desgarro. Se volvió angustiar y tomó dos mates al hilo. Cambió el dial. Necesitaba escuchar a alguien opinar de algo que no le importara nada. Plantas. Iba a comprar plantas, muchas, de distintos tamaños. Bien colocadas, dan color, vida, y no abruman. Eso. El lunes iba a ir al vivero. 

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Comentario sobre “Mañana helada

  1. Lea dice:

    En un presente cotidiano: llegar, limpiar, preparar el mate, aparece el cuento en retrospectiva. Y en el cuento, la trampa, el saqueo, las próximas deudas. Y lo peor: la decepción, la pérdida, la familia destruida en los lazos afectivos. Muy bien construido el relato porque hace un trayecto desde el afuera hacia el adentro, desde el presente del personaje al pasado y vuelta al presente con las cargas de dolor por lo ocurrido. Excelente!!!

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