Victoria Sarchi

El humo

Sacate todo hasta quedar vacía, me decía amablemente, pero no me fue tan fácil. Era un manojo de contradicciones y… ¡cómo cansa ser una persona insegura! Es algo extremadamente agotador porque la calma que se siente al tomar “la decisión” aparentemente deseada es efímera, es después un ir y venir, un vaivén angustioso porque esa “paz” obtenida se esfuma cuando aparece la duda y con la duda, otra duda y se empieza a caer en un espiral interminable de vacilaciones hasta que la calma vuelve cuando se sostiene nuevamente una decisión, al menos por un rato, así funciono yo, perdiendo y ganando al mismo tiempo y de a ratos.

La cosa era que por más que intentaba quedarme vacía no podía, no sentía que era algo que pudiera elegir. Sabía de qué recuerdos, de qué personas, de qué sentimientos quería deshacerme pero en cuanto los seleccionaba para el deshecho me daba un no sé qué, una nostalgia penosa, sobre todo con las personas… lo cual era demasiado raro… porque de alguna forma sí quería olvidarlas, porque sus memorias me llevaban a la tristeza y yo no tenía muy claro qué era lo que quería sacar de mí. ¿El recuerdo, la tristeza o a los dos? Hicimos una cantidad enorme de respiraciones con diversas intensidades e imaginamos diferentes humos de colores que simbolizaban conceptos emocionales, parece que al dejarlo salir teñido de un color la experiencia se sana y ya no duele pero hay que darle permiso y tener ganas de que esa magia surta efecto, lo que al parecer a mí me estaba costando.

Prendió unos inciensos, su voz era demasiado dulce, realmente su invitación a quedarme vacía me llamaba, me convocaba, si hasta me seducía pero tenía un miedo atroz de no volver a llenarme nunca más. Estaba ya cómoda en el dolor y miedosa de no sentir nada. El olor del sahumerio me entró tan fuerte que me llevó rápidamente a estar recorriendo la feria de artesanos de Villa Gesell de la mano de mamá, es de noche y yo estoy ardiendo por las quemaduras del sol pero encantada de poder andar un rato de su mano, hasta que alguno de mis hermanos más chicos me la quite con su llanto o su capricho. Le digo que estoy queriendo comprar un anillo, el anillo de mi signo zodiacal, eso hago todos los veranos cuando soy niña y mis padres me dejan, compro mis iniciales, mi nombre, mi signo, los compro en pulseras, collares o hasta en remeras, creo que pasé los veranos infantiles reafirmando mi nombre y mi signo para saber quién era y también creo que aún hoy, todavía no lo sé.

Escucho la voz amable de la guía que dice que usemos el humo color violeta para transmutar el recuerdo que tengamos en la cabeza… me resisto a cambiar mi recuerdo, me gusta como está pero hago el intento de dejar entrar la magia de una vez y ver qué pasa, la feria de artesanos y todos los que estamos ahí nos volvemos de un color sepia violáceo y ya no sé si esto pasó o me lo invento pero encuentro el anillo de plata más hermoso que jamás haya visto, tiene tallado un toro perfecto y soberbio con unos ojos forzudos que todo lo pueden, las hermosas manos de mi madre lo agarran y lo colocan en mi dedo anular, entra a la perfección, mi hermano más chico llora, mi madre corre a su cochecito a atenderlo, yo miro embelesada mi dedo decorado de ese toro brillante, triunfal y algo poseída exhalo humo de un violeta intenso por mis fosas nasales.

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