Marcela Arza

Y en la tele solo hablan de fútbol

Me hice de los tics de todos los días, 

y como, por los aromas del vecino:  Churrascos con cebollas que se caramelizan en mis narices. El olfato me avisa y voy, 

y entro, 

y hago como si todo estuviese bien. 

Y no. No lo está. 

Las cortinas son las que marcan el tiempo con las manchas de humedad y polvo que de algún lado entra. La noche afuera tiene el frío de Julio y las calles con algún que otro ronquido. La vista de los techos de las casas de adentro. Un corazón de manzana rodeado de plantas, persianas y redes para gatos. 

Me senté en el sillón, al lado de la ventana. Miré el pequeño cielo entre ese recoveco de ladrillos. Miré las plantas ajenas, tan verdes y grandes, qué envidia pensé. Me hacía ruido la panza. Cuando el aroma es lo único que te orienta, se te olvidan las horas. Y sin horas, el vecino no cocina. 

No sentía nada. Buscaba algo que me hiciera qué hacer. Salir del prolapso del insomnio de mi vida. 

Leí que el aroma a pasto recién cortado, que tantas sonrisas me daba que tan bien siempre me ha hecho sentir. Donde sea el pasto recién cortado me lleva a confianza, familia. Y no. Leí que lo que siento agradable son los gritos desconsolados de las partículas de la hierba que muere. Mi sonrisa eterna es el llanto.

Te extraño para comer, para oler y agarrarte la mano.

Voy a comprar cortinas nuevas.


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